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21 de diciembre de 2012

Ser transparente - Episodio Final



 EPISODIO FINAL

Al caer el sol, Etienne empezó a considerar que Parque Lezama no era entonces un sitio agradable para permanecer sola. Volvió al hostel en colectivo, en 29, la única línea de su conocimiento que la acercaría a su destino.

Al retornar a la habitación, lo encontró a Agnan recostado en el mismo sitio en que lo había abandonado, todavía con la ropa de aquella jornada.   

-          No me puedo dormir, amor.
-          Estuviste durmiendo toda la tarde
-          No, no estuve durmiendo. No lo conseguí. Estuve recostado.
-          ¿Nos vamos a quedar acá toda a noche?
-          Mirá, si necesitás salir me parece muy bien que lo hagas. Yo necesito quedarme, no me siento como para salir. Pero no tengo problemas con que vos salgas por tu cuenta.
-          Ya salí sin vos. Estuve toda la tarde afuera sola. Y no quisiera volver a hacerlo.
-          ¿Hay algo que te ponga mal?

Etienne se desvistió. Sacó una remera amplia y larga de su valija que usaba a modo de pijama. Se acomodó en el lado izquierdo de la cama y se dispuso a dormir. Era una noche muy pesada y húmeda. La muchacha advirtió que la ventana había quedado abierta, motivo por el cual la habitación se había plagado de mosquitos. Agnan agradeció para sus adentros que su novia se hubiese percatado y la hubiese cerrado. Sin embargo, no fue suficiente para traerle paz. Los retorcijones en el estómago asediaban a Agnan como ocupantes de un lugar abandonado, y operaban de forma coordinada con los mosquitos, esas Erinias de climas cálidos. Agnan se sacudía molesto entre las sábanas, incómodo en cuanta posición improvisase, imposibilitado de poner freno a ese castigo sostenido que le propiciaba la naturaleza, la propia y la del mundo exterior. Era un cuadro infernal. La escena era acompañada por el ruido mecánico que hacía el ventilador al cambiar su orientación. Atrás de ese sonido sistemático se agazapaba un silencio desgarrador, lleno de calor y de hastío. Entonces, fue sorprendido por un movimiento furioso de su novia, que se incorporó y sentó súbitamente, para impactarlo con sus palabras.

-          Dejá de hacer eso! Te estás masturbando!
-          ¿Qué? ¿Estás loca?
-          No me digas loca, imbécil. Sos un asqueroso, andá a masturbarte al baño.
-          ¿Pero qué estás diciendo? ¿No te das cuenta que me siento mal, que tengo dolor de estómago, que hace un calor insoportable? ¿Qué ganas puedo tener de masturbarme?
-          Vi cómo te movías. ¿Te creés que soy estúpida?
-          Me movía porque estoy molesto. Porque no encuentro la manera de cubrirme con la sábana para evitar a los mosquitos.
-          Sos un imbécil! No vas a pretender seriamente que me crea esa estupidez. Andá a tocarte al inodoro.
-          Me siento mal, nena! ¿No te entra en la cabeza que me siento mal?

Etienne se bajó de la cama con un movimiento violento que desplazó las sábanas de su sitio. Salió despedida para el baño. Agnan, agitado, retomó sus inútiles esfuerzos por dormirse.
 

19 de diciembre de 2012

Ser transparente - Episodio 4

EPISODIO 4



Mientras atravesaba los pasillos y lugares comunes del edificio se asombró al contemplar lo que era la vida de hostel para los restantes turistas. Las instalaciones invitaban a quedarse eternamente, entre las comodidades y los ventiladores que limpiaban el aire de tanto calor; allí donde las amistades eran siempre prometedoras por desconocidas, y abundaban los idiomas lejanos y las cosas por descubrir. El hostel te tragaba y había que hacerse de impulso para abandonarlo. Etienne lo hizo. Empezó a caminar por las calles sin rumbo. Los domingos, el centro era un cascarón de una vida desconocida y vibrante. Las personas que se cruzaba en el camino lo debían saber bien. “Qué cantidad de viejos que hay en el centro cuando no hay gente”. Y encaraba, sin saberlo, para el sur. Emprendió el desafío de identificar en la vía pública las diferencias con su ciudad de origen. “Los cables de energía y de teléfono sobrevuelan tu cabeza. Como si tejieran una red en el aire. Hay árboles que brotan de las veredas, no están confinados a parques o bosques. ¿El subte iba al revés, no?”

Sin proponérselo, Etienne alcanzó el Parque Lezama. Una estatua de piedra gris fue su primera visión. Fue sorprendida luego por los estruendos de una cuerda de percusión y se dirigió hacia donde la llevaba el sonido. Jóvenes de su edad que se reunían a sacudir los tambores en el corazón del parque. Entre ellos revolotean palomas aturdidas, náufragas de vaya a saber uno qué trayecto. Uno de los músicos proveía a los demás de pitadas de cigarrillo, acercándoles el vicio a la boca. Etienne no sabía exactamente de qué música se trataba pero consideraba que sonaba como cualquier pieza latina: candombe, cumbia colombiana o capoeira. Había escuchado algo similar en su visita anterior a Marruecos. Más precisamente en la plaza Djema de Marrakesh. El parecido entre los dos espectáculos callejeros era poderoso. La influencia negra penetró tanto en el norte de África como en Latinoamérica. La música popular es africana en todas partes. Y en Marrakesh y Buenos Aires se siente universal. Entonces es cuando Etienne pensaba la posibilidad antes evasiva de una universalidad negra, de una universalidad construida desde el margen. ¿Y por qué estas especulaciones serían diferentes a las idealizaciones de Agnan sobre la América Latina sosegada? “Porque él puede ser muy superficial”.


Atravesó la tarde sentada en un banco de plaza. De esos de tablas de madera verde ensambladas. Etienne alternaba un pensamiento rumiante con la contemplación perdida del paisaje que se desplegaba ante sus ojos. Un vendedor de un puesto callejero, aparentemente artesano de manualidades, se aproximó a la banda de rock que estaba armando lo equipos de sonido en el césped cercano, aprestándose para tocar. Aunque no podía distinguir el contenido de la conversación (y aunque lo oyese no sería capaz de descifrar el castellano) la artesana tenía algún problema con la actividad de los jóvenes. Quizá en relación a la amplificación del sonido, que tornaría más difícil la labor de los vendedores para persuadir a sus clientes. En la diagonal derecha se sentaba en otro banco semejante una pareja que Etienne entendía estaba compuesta por un local y una extranjera. Una hermosa joven blonda (posiblemente nórdica, arriesgaba Etienne) y un muchacho con rastas, de atuendo desprolijo y barba crecida, autóctono, en extremo alto y flaco. La nórdica aguijoneaba a su compañero de rastas, lo quemaba con la mirada; debía estar profundamente enamorada. Los dos jóvenes eran discordantes en casi todos los aspectos posibles de ser enumerados. La nórdica, particularmente, retuvo la atención de Etienne; se notaba que era una muchacha culta y curiosa; quedaba de manifiesto su empeño por relacionarse con el muchacho muy a pesar de las dificultades que imponía la competencia lingüística. Él le correspondía impostando un modo más reo de lo que alcanzaría a ser espontáneamente, como si buscase prestar a su trofeo foráneo y pálido el souvenir de la argentinidad. No ocultaba cierta torpeza en sus modos y una inclinación soslayada por llamar la atención no sólo de su chica sino de otras personas alrededor. Con sus excentricidades y sus raptos de efusividad pseudo-artística se prestaba como el objeto etnológico perfecto para que la nórdica justificase tantos kilómetros de traslado. Etienne no dudó en caracterizar ese cuadro de turismo antropológico. Le llamaba la atención cómo en un contexto ajeno y poco familiar, los turistas podían sentirse atraídos  por personas a las que no entregarían ni una mirada evasiva en sus propios ambientes originarios. Como si la carencia de recursos para desplegar el mapeo cognitivo unívoco que permite a un nativo guiarse en la sociedad a la que pertenece, condujera a los extranjeros a hacer interpretaciones que transgreden las convenciones que rigen los encuentros y desencuentros en el país que los aloja. 

FINALIZARÁ EN EL PRÓXIMO POST

 

17 de diciembre de 2012

Ser transparente - Episodio 3



 EPISODIO 3
Estaba convencido de que en ese estado, u otros semejantes, no podría controlarse. Agnan se preguntaba a continuación qué era exactamente lo que necesitaba controlar. Claro, el control tiene mala prensa en esta sociedad. ¿O específicamente en su país? Controlarse era eso que te venden en los cursos de espiritualidad y afines, encontrarse con sí mismo, con su ser auténtico, o simplemente no tener un pico de estrés, un ataque nervioso o psicotizar. Cosas que pueden suceder en un momento límite. ¿Por qué pensaba en todo eso si lo único que había sucedido era que se descompuso del estómago? Como mucho, le bajó la presión ligeramente, y en algún momento llegó a sentirse mareado. Eso es lo más peligroso. La presión baja podía constituir una experiencia cercana a la pérdida del control sobre el yo. Posiblemente exagerase. Pero estaba en un lugar que desconocía, lejos de su casa, allí dónde no sabría cómo comportarse, cómo actuar en casos de emergencia. ¿No había tenido ya una? No tanto. Y con todo, bastante afortunado fue de haber encontrado un guardia, haber conseguido ser atendido en ella, haber arrastrado a Etienne, qué cara de orto tenía por Dios. “Ahí me parece que está el tema. Que hay gente que te potencia todos tus miedos, gente severa y extremista que te hace sentir vulnerable con esa energía pesada que cargan. ¿Podía el cuadro estar agravado por la presencia de mi novia? No sé si la presunción sea exacta. Pero por ahí anda. Etienne cree que yo elijo descomponerme. Como si yo ahora la estuviera pasando bien y haciéndola pasar mal a ella. De lujo. Debe fantasear que le quiero boicotear el viaje o algo parecido. Fue como cuando en París me increpó con que yo era un mal enfermo y no sé qué. ¿Qué es ser un mal enfermo? Y de última, ¿eso la justifica para maltratarme? ¿a los malos enfermos hay que maltratarlos para que aprendan? ¿para que aprendan qué?”
 
Etienne se acostó sobre el lado de la cama que permanecía desocupado. Miró el rostro de Agnan desplomado, orientado hacia el techo, como esperando que éste le devolviera la mirada. Eso no sucedió. Entonces se volvió al techo ella también. Su novio había dejado de vomitar. Dijo sentirse mejor camino a la guardia, aunque unos minutos en que se encontraron perdidos consiguieron impacientarlo y cargarlo de angustia. “No lo hacía tan ansioso antes de partir. Esa necesidad de preguntar todo ochenta veces, para quedarse seguro de que las cosas son como él las espera, de adelantarse a sus propios deseos, siempre rebasándose. Me contagia de ansiedad, me pone intranquila. Y supongo que este no es el momento para plantearlo”.  Cuando Etienne advirtió un sonido de aire esperpéntico y perturbador que bien podría pasar por un ronquido, entendió que Agnan estaba comenzando a dormirse. Sería mejor dejar el hostel o pudrirse.

CONTINUARÁ EN EL PRÓXIMO POST

12 de diciembre de 2012

Ser transparente



 EPISODIO 1

En la recepción no había nadie. Agnan tuvo que estirarse por encima del mostrador para alcanzar la llave del casillero 106, coincidente con el número de la habitación. Retrasada, Etienne lo seguía con la mirada. En el impulso por tomar las llaves las nauseas volvieron a apoderarse de su estómago. Se detuvo un momento, paralizado por el malestar.

-          ¿Qué te pasa?
-          Ya sabés lo que me pasa, amor. Sigo mal.

En el cuarto Agnan se movió con determinación hacia la cama de dos plazas y se tumbó del lado izquierdo como si fuera todo lo que su cuerpo le permitía en ese momento. El colchón, de varias luchas y resistencias, crujió y se hundió ligeramente, acompañando el peso muerto del visitante. Etienne, con indisimulable molestia, preparaba sobre una repisa el vaso de agua con las gotas de clorhidrato de metoclopramida que le habían entregado en la guardia médica. “Sólo llevamos tres días en Buenos Aires y Agnan no pude evitar descomponerse”- meditaba Etienne mientras agitaba el frasquito marrón para que librase su contenido sobre el agua tibia obtenida de la canilla del baño. “Veinticinco gotas son interminables”.

Se acercó a su chico para alcanzarle el líquido, prefirió no hacer contacto con sus ojos y se colocó junto a la ventana mientras él daba sorbos irregulares y faltos de decisión.

-          Es horrible.
-          Tomatelo y vas a estar bien.

Desde la ventana se divisaba un frente de edificios antiguos. La angostura de la calle los hacía ver bastante próximos. El estilo de los balcones y ventanas recordaban a Etienne el barrio de Montmartre en el que había nacido y atravesado su infancia. Un sol estremecedor de primera tarde se hacía espacio entre el asfalto y el concreto de los edificios lindantes, acompañando con su sopor la contundencia del paisaje que se distinguía desde la abertura. Palomas grises con manchones negros y blancos se deslizaban con desgano por las cornisas linderas. Ese día ya estaba perdido.

 La habitación contaba con las comodidades mínimas necesarias y algunos adicionales kitsch de dudosa procedencia. En la repisa al costado de la puerta se sostenía erguido un gato de plástico y origen chino que saludaba al visitante con el movimiento oscilatorio de su mano. Junto a aquél, un par de novelas clásicas, libros decolorados hasta el marrón, apilados horizontalmente, ceñidos por un caballo de mar que cambiaba de color de acuerdo al estado del tiempo (los dos franceses se murieron de risa en el primer encuentro con semejante extravagancia) y luego un espacio libre de objetos, en el que Etienne había encontrado oportunidad para preparar el medicamento antinauseoso. La ventana de dos alas era grande pero no lo suficiente para alojar el aire necesario que permitiría que ese espacio fuese despojado de sus humores. O sería que por esa calle del centro porteño ya ninguna corriente de aire decía presente. Un ventilador con movimiento rotatorio de un metro de pie, enfrentado a la cama, compensaba las inclemencias de la temperatura. Sus efluvios de frescura eran agradecidos, aunque durasen apenas segundos. La cama de dos plazas, tamaño queen, era de madera, de las antiguas, anterior a la invención del sommier. Estaba cubierta por una sábana blanca que no se asociaba armónicamente con las fundas variopintas de las almohadas.  
CONTINUARÁ EN EL PROXIMO POST