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21 de enero de 2011

La bicicleta a la calle, el ciclista al poder.


Cuando tenía 18 años lucía, como muchos otros adolescentes, un morral negro saturado de parches y prendedores con consignas anarko punk. El observador desprevenido rápidamente identificaría en mi bolso un pedazo de tela torpemente recortado y cosido con la leyenda “Si el trabajo fuese cosa buena se lo guardarían los burgueses para ellos solos”, otro aun más provocador exhibiendo a una familia de vacas sentadas en la mesa para devorar a un ser humano (de indubitable cuño vegano/ animal friendly), y el infaltable pin de los Dead Kennedys, mi banda punk de cabecera. Entre esta familia iconográfica se perdía en la soledad un pequeño prendedor que mostraba nada más (y nada menos) que una bicicleta. Al acercarse podría uno reconocer, flanqueando el círculo metálico, la frase: “Bicis al carrer”, voz catalana traducible como bicis a la calle.

Por supuesto: entre los 18 y los 22 años la bicicleta era para mí una política. El transporte sustentable, autopropulsado, saludable, amistoso con el medio ambiente, que reducía los accidentes hasta su mínimo imaginable. Y, principalmente, que igualaba a todos los integrantes de una comunidad en tránsito, no habiendo en el espacio público jerarquías ni estamentos, más que la cualidad de ser todos ciclistas.

Debo reconocer que el automóvil terminó venciéndome (o mejor dicho, las innumerables puertas de auto que se abren en tu cara, los colectivos encerrándote, las caídas en plena avenida). Ya desde hace años que no empleo la bici para transportarme de manera cotidiana. Por eso es que la Masa Crítica me tomó por sorpresa. Los crucé una vez en Palermo. Su visión tiene casi la fuerza de los espectáculos que ofrece la naturaleza: miles de bicicletas avanzando por el asfalto en un bloque variopinto, interminable, formando una bestia magnífica e incontenible. Los autos quedan por primera vez relegados, forzados a adaptarse al ritmo que impone la bicicleta. Se revierte al menos por una vez la dinámica en la que son los ciclistas y los peatones los que deben amoldarse al transporte motorizado. La Masa Crítica volvía visible a los proletarios de la circulación, al grito de “No bloqueamos el tráfico, somos tráfico”

En la luna llena de enero, me presenté en el Obelisco sin uno de los atributos básicos que distinguen a los participantes del evento: la bicicleta. La tengo averiada, no quise alquilar otra, me decidí por acompañar a las bicis al trote. Tal como imaginaba, los ciclistas me comprendieron. De hecho, desde sus rodados en movimiento me dieron aliento, me ofrecieron agua y hasta me enfrentaron a voces de sorpresa del tipo: “No puedo creer lo que aguantás”, “¿Sos corredor profesional?” (quizás pasando por alto el hecho de que un maratonista profesional no usaría unos botines de papi fútbol como los que lucía su narrador). Capté el homenaje; sólo por momentos me sentí como un “ciclista con capacidades diferentes”.

La Masa Crítica es un evento alegre y eufórico; tiene tantos puntos de color que cuesta seleccionar los mejores y reunirlos en la escritura. Algunas postales: la concentración de ciclistas en torno al Obelisco y la infaltable compañía del lumpen alcohólico vociferando “pero ustedes...ustedes son de Macri, son de Macri”; una bici con equipo de música incorporado deleitándonos con las mejores piezas de Gilda, The Clash y hitazos retro; algunos rodados montados por freakies psicodélicos que uno intuye antes bien en una shooting gallery[1] que pedaleando por más de 2 cuadras; el vendedor de timbres a voluntad; los uniformados equipos de ciclistas provenientes de clubes barriales, y tantas otras cosas por describir que más efectivo resulta experimentarlo por uno mismo. A su disposición la página web de la Masa Crítica por si algún lector desea vivir la próxima bicicleteada. Lo bien que hace. http://masacriticabsas.blogspot.com


[1] Establecimientos clandestinos en el Reino Unido donde se juntaban los usuarios de drogas intravenosas.