---x--- El más ambicioso proyecto: clasificar a la totalidad de la juventud argentina ---x---

14 de junio de 2011

Detrás de los pilotes (nota de mi autoría publicada en Revista Ñ)

Es iz shver tsu zain a Id
¡Qué difícil ser judío! (proverbio idish)

Contemplar el edificio de la AMIA es experimentar de manera patente el efecto del pasado sobre la arquitectura presente. Un predio que con sus homenajes y memoriales se esfuerza de manera sostenida por impedir el olvido del horror, debe prestar su materialidad al desarrollo de las rutinas propias de la institución. Increíblemente los cambios más notorios que dejó el atentado del año 1994 en el paisaje de la calle Pasteur son árboles y bloques de cemento. Elementos de naturaleza muy distinta. Para llegar a la AMIA recorro las hileras de árboles que recuerdan a las víctimas, a sus pies las placas de mármol en donde se tallan los nombres, desplegados desde Córdoba hasta Corrientes. Es imposible no leer en el follaje la metáfora inevitable de la persistencia, la constancia insuperable de la vida. De repente, las filas arbóreas son interrumpidas por los pilotes antiexplosivos. Bloques rígidos, inertes e incoloros, a cuya visión, más propia de un emplazamiento militar que de un sitio dedicado entre otras cosas a la cultura, nos han acostumbrado demasiado fácil los dos atentados.

Los pilotes se han esparcido por la mayoría de las instituciones judías (escuelas, sinagogas, clubes etc.), haciendo que todas ellas participen de una referencia no disimulada a este punto central, la AMIA, dotando de una imagen homogénea a la noción bastante más abstracta de “comunidad”. A nivel funcional, la tranquilidad que brindan los bloques es tanta como la amenaza que presagian. En la dimensión comunicacional, los pilotes me anticipan, en mi carácter de visitante, los restantes dispositivos de seguridad que deberé atravesar para ingresar a la entidad. Primero me enfrento a un bitajon (seguridad en hebreo) apostado del lado de afuera, y en compañía tiempo completo de un oficial de la Federal. Me interroga si he estado antes en la AMIA. Le contesto que sí y quiere saber los motivos. Vine a recitales de klezmer, a ver películas, a conferencias (como ese mismo día), y mi respuesta lo contenta. Los bitajon interpelan con una expresión solemne y grávida que parece un homenaje lejano a los jaialim, los soldados israelíes, adolescentes tardíos que viven su destino militar con melancólica resignación.

Entonces atravieso la primera de tres puertas metálicas y pesadas, la que me conduce a una cámara cerrada con un fondo de vidrio opaco. Tras la opacidad un segundo bitajon podría estar observándome (el efecto panóptico impide mi certeza). En la cámara se alzan dos detectores de metales, flanqueados por otro custodio. “¿Qué hago? ¿Paso por los detectores?” – pregunto yo manifestando la típica compulsión, cada vez que enfrento dispositivos de seguridad, a mostrar colaboración y sentirme ligeramente culpable sin poder precisar por qué. “No, pasá directo” – dice el joven a mi lado, “¿Seguro?” – dudo yo, “Pasá Andrés”, y esta última voz está distorsionada electrónicamente, como por un micrófono, y entiendo que viene del otro lado del vidrio oscuro. ¿Cómo sabe mi nombre? Debe tratarse de alguien que me vio en la tele. Se enciende una luz verde para que una puerta de acero se abra hacia un pasillo. Compruebo que en el corredor el centinela antes guarecido tras el vidrio opaco me espera para elogiarme y sacarse una foto conmigo. El acontecimiento motiva al otro bitajon a aproximarse y matar la curiosidad. “Es Andrés, el nuevo notero de CQC. ¿Nunca lo viste?” – lo espeta el primero, sutilmente indignado por el desconocimiento de su compañero. Y lo insta a sumarse y posar. Mientras entrego mi mejor sonrisa para el lente del celular especulo si también el soldado israelí se hubiera conducido de ese modo o si se trata de una manifestación inequívoca de argentinidad.

Al final del corredor me encuentro con la última de las tres puertas antes de pasar a la plaza seca que distingue a la nueva edificación. La puerta es extremadamente pesada y mientras lidio con ella me pregunto cómo hacen para dominarla las personas mayores, el público más numeroso en los eventos de la entidad. Estos señores de edad avanzada, quienes suelen acompañarme en los convites culturales de la AMIA, vivieron en su juventud una preocupación por la integridad de los judíos de naturaleza muy distinta a la actual. No podría decir si mejor o peor; por lo menos distinta. Recuerdo entonces lo que alguna vez estudié: a comienzos de la década del ’60, y motivada por la captura en territorio argentino del criminal de guerra Adolf Eichmann, una oleada de antisemitismo sacudía la vida de la colectividad. La amenaza era interna y faltaba tiempo para que terminara de delinearse aquél fenómeno luego identificado como terrorismo. En ese entonces el miedo era infundido por grupos vandálicos de jóvenes nacionalistas católicos (los más destacados: Tacuara y Guardia Restauradora Nacionalista), que contando con la anuencia de las fuerzas de seguridad, arrojaban su violencia contra edificios y estudiantes judíos a quienes consideraban extranjeros habitando en suelo patrio. En ese entonces la decisión de la comunidad judía fue la organización de equipos de auto-defensa, integrados por jóvenes convencidos y militantes (¿algún mayor que asiste hoy a la AMIA habrá protegido su honra a las trompadas contra los nacionalistas, a la salida del colegio Sarmiento?). La transformación de la amenaza percibida y el cambio de paradigma en materia de seguridad (formalizándose como un tema de atención prioritaria) no son ajenos al observador que se acerca a la entidad. La influencia del Estado de Israel modelando ciertas miradas y conductas es tan visible en la AMIA como en las restantes organizaciones del judaísmo argentino.


Afortunadamente luego de dejar atrás pilotes, breves interrogatorios, detectores de metales, vidrios opacos y pesadas puertas de acero, llego a un espacio abierto y al aire libre que me permite respirar. Creo que el propósito con el que se confeccionó la plaza seca fue contrarrestar la sensación de asfixia supuesta en el diseño tipo bunker. Los requerimientos de seguridad probablemente contemplen la alternancia de espacios concretos (el de la fachada), con espacios vacíos (la plaza seca), y nuevos espacios concretos (el cuerpo central del edificio). Esta continuidad se encuentra modulada por la medianera derecha, todo lo que quedó de la construcción antigua tras el atentado.


He escuchado a varias personas denominar guetización al proceso por el cual las organizaciones judías se aíslan del medio tras el espesor de dispositivos de seguridad. No obstante, debe recordarse que el fenómeno medieval del gueto (y su actualización moderna) consiste en la concentración física de la población judía en áreas especiales de la urbanización por efecto de la presión o la amenaza del entorno. Mi opinión es que, por muy molestas que puedan resultar las precauciones, en nada modifican la relativamente armónica convivencia entre judíos y no-judíos en el seno de la sociedad argentina. En cambio, debe ser remarcado el hecho de que las medidas de seguridad de la AMIA, tal como nos informa la prensa, son reforzadas cada vez que Medio Oriente es sacudido por hechos de violencia, o cuando en el plano internacional una noticia luctuosa involucra a movimientos islamistas. ¿Se justifica el celo en materia de seguridad? Sabemos que las organizaciones del integrismo islámico no se limitan a combatir la injusta ocupación de Cisjordania por el Estado de Israel, el cerco sobre Gaza o la mentalidad colonialista en el ejercicio del poder (presunción ingenua que integra el sentido común de izquierda). Como queda de manifiesto en la retórica de los líderes de Hamas y Hezbollá, el enemigo a atacar son los judíos y sus aliados, en cualquier lugar del mundo donde estos se encuentren. Hoy como ayer, la vida judía está expuesta a riesgos que atañen de manera específica al ser judío. La amenaza percibida, sin embargo, se ha transformado. También la manera de conjurarla, aunque ésta sólo sea un inocuo placebo para la tranquilidad del espíritu.

10 de junio de 2011

Monólogo sobre las marcas


Cuando me recibí de sociólogo me enfrenté a la decisión de qué hacer con mi título. Tenía dos vocaciones simultáneas: ofrecer mi cuerpo por dinero y ser oficinista. Y no podía decidirme: ofrezco mi cuerpo por dinero o soy oficinista. Finalmente llegué a una solución de compromiso, para hacer las dos cosas al mismo tiempo y empecé a trabajar en investigación de mercado.

Hacíamos estudios para marcas de consumo masivo, gaseosas, alimentos. Estudios para esos productos de limpieza que dicen eliminar al 99,9% de los gérmenes y las bacterias. Sí, escucharon bien: el 99,9%. ¿No podían invertir un 0,1% más y matar a todas? Yo no voy a la cajera del supermercado y le digo: "Disculpame, sólo tengo el 99,9% de lo que vale".

Cómo se aprovechan las marcas de los gérmenes y las bacterias para aumentar sus ventas. A través de esas publicidades catastróficas donde te aseguran que "los gérmenes y las bacterias son los peores enemigos de tu bebé". Sí, de tu bebé, del tuyo, no de los bebés en general. Quizá tu bebé está medio chapa. Claro, el tipo está convencido de que se pelea contra bacterias. Quizá también las invite a tomar la leche.

Lo decepcionante es que los bichitos no tienen la posibilidad de defenderse. Parece que el derecho a réplica no se aplica con los seres unicelulares. No pueden salir en el programa de Chiche Gelblung diciendo: "Mirá Chiche, nosotros intentamos ser lo más higiénicos posible, pero las condiciones socio-ambientales en que crecemos nos lo impide".

A veces a las marcas les sale el tiro por la culata en su pretensión de aprovecharse de los seres microscópicos. Por ejemplo, aquella publicidad de La Serenisima en que Pancho Ibañez aseguraba que la empresa había reducido la cantidad de bacterias presentes en la leche: ahora sólo había 50 millones por centímetro cúbico. Ah, joya, perfecto, me quedo más tranquilo.

Otra cosa que me molesta de las marcas son las promociones en las tapitas. No por la promoción en sí misma, sino porque los kioskeros hacen todo lo que está a su alcance para impedirte que cobres el premio. ¿Ya que lanzan estas promociones, no podrían al menos acordarlo con los kioskeros?. El tipo te dice: "Mirá papi, ya se terminó la promoción, está vencida", o si no: "Mirá papi, nosotros no somos centro de canje", esa respuesta ya es más sofisticada, el kioskero estuvo estudiando derecho para contestarte así. O una muy buena: "Mirá papi, no trabajo con esa promoción". ¿Cómo que no trabajás con la promoción? En las bases de la promoción dice que es válida para todo el territorio de la República Argentina. ¿Sos un secesionista acaso? Es más fácil que te vendan merca en un kiosco a que te canjeen la tapita.

Lo segundo que odio de las marcas son los números telefónicos de atención al consumidor que nunca, pero nunca, están atendidos por seres humanos. Siempre te atiende la fucking máquina de opciones automáticas. Y uno ruega que no atienda. Qué no atienda la máquina, que no atienda la máquina, que haya bajado a comprar puchos, que esté en su horario de almuerzo, pero por favor que no me toque. Prefiero mil veces encontrarme del otro aldo con una voz humana, por más que sea alemana y que corresponda a Klaus Barbie, el carnicero de Treblinka.

Pero finalmente te atiende la estúpida máquina. "Bu-nos-días-bien-veni-do-al-servicio-de..." todo entrecortado, claro, porque es el colmo de la división del trabajo, para abaratar costos costos graban un fragmento en México, otro en Puerto Rico, había una locutora en Chile que les ofrecía un Buenos Días a muy buen precio y se lo compraron. Y la máquina te habla de esta manera: "Si usted desea...presione 1; si usted desea...presione 2...y así hasta el 9". ¿Y cómo mierda ajusto lo que deseo a estas opciones? ¿Cómo mierda se lo explico? Lo que deseo tiene algo del 2, definitivamente, pero tirando hacia el 5. Y quizá tanto el 2 como el 5 estén finalmente incluidas en el 8. Encima no prestás atención a todas las opciones, porque estás esperando que al final haya una opción que sea "comunicarse con una operadora". Pero esa opción no aparece y decís: "Fuck, me perdí de atender todas las opciones anteriores"