---x--- El más ambicioso proyecto: clasificar a la totalidad de la juventud argentina ---x---

18 de agosto de 2012

¿Existen los sionistas?

En debates públicos, es frecuente que líderes de agrupaciones de izquierda y grupos nacionalistas caractericen como “enemigos sionistas” a las organizaciones comunitarias judeo-argentinas DAIA y AMIA y a personas de origen judío, como el empresario otrora escrachado Eduardo Elsztain. Concretamente se los acusa de complicidad en acontecimientos del Medio Oriente. Ahora bien, ¿existen hoy en día los sionistas? A lo largo de este escrito intentaré demostrar que “sionista”, antes que ser una característica comprobable de una persona real, es una configuración discursiva fantasmática, difusa y amenazante, a la que los antisemitas adjudican los mismos atributos negativos que tradicionalmente se encontraban reunidos en la figura del judío.

En primer lugar, dado que AMIA y DAIA son muchas veces blanco de las acusaciones cuando el tema es el conflicto de Medio Oriente, cabe preguntarse: ¿son AMIA o DAIA organizaciones sionistas?

La AMIA y la DAIA pueden tomar posición en relación a la disputa, y hacer declaraciones al respecto en el sentido en que lo entiendan (ya que vivimos en una democracia que garantiza la libertad de expresión). Eso no cambia en absoluto el hecho de que AMIA o DAIA, como cualquier otra organización comunitaria local, no tienen ninguna intervención en las políticas del gobierno israelí de turno, no tienen ningún tipo de injerencia en la vida política, partidaria o ciudadana del Estado de Israel y, por lo tanto, no son organizaciones sionistas. Por supuesto, hay algo que debe ser dicho sobre su toma de posición: si estas organizaciones aspiran a representar a la totalidad de la comunidad judía argentina deberían tener más contemplación de la existencia de judíos que, legítimamente, no se identifican con las políticas israelíes.

Ahora bien, ¿tiene sentido adjudicar a un judío diaspórico la condición de sionista? Pretender involucrar de alguna manera a los judíos argentinos con las decisiones que toma el Estado de Israel es lo mismo que vincular a ciudadanos franco-argentinos con las políticas migratorias que toma Sarkozy (que de hecho, también perjudican a población árabe. Porque Israel no es el único estado en el mundo cuyas políticas perjudican a los árabes. Para no hablar de los estados árabes cuyas políticas perjudican a los árabes). Incluso existen ciudadanos franco-argentinos que efectivamente toman parte de las elecciones francesas y eligen a su Primer Ministro y legisladores. En cambio los judíos argentinos, en su enorme mayoría, no participan de la vida política ni ciudadana del Estado de Israel y lo único que los liga con ese país es un lazo afectivo por tener parientes viviendo allí o entenderlo un lugar importante para la vida judía. 

¿Pero hay o no hay individuos sionistas? Lo mínimo que se necesita para considerar a una persona sionista es que milite en un partido o movimiento que se autodenomine de esa manera. Un trotskista, muy ajustadamente, es una persona que milita en un partido trotskista. Hoy en día, para judíos e israelíes, el sionismo es una identidad obsoleta, de una generación pretérita. A pocos les atrae leer autores sionistas o militar en esa ideología. No es suficiente con que una persona declare que el Estado de Israel tiene derecho a existir para considerarla sionista.

¿Pero entonces por qué se distribuye con tanta facilidad y gratuidad el calificativo de “sionista” en acusaciones animosas y denostativas? Lo que sucede es que, en el marco de teorías de la conspiración judía mundial, se crea un ente fantasmático, difuso y amenazador que es el "sionismo" al que se adjudican todos los atributos negativos que tradicionalmente se depositaban sobre la figura del judío. El poder omnipotente, las redes extendidas a nivel planetario, la actividad secreta o en las penumbras, el control sobre la política exterior de potencias occidentales, la posibilidad de comprarlo todo con dinero, la infiltración en los medios de comunicación etc. Alcanza con escuchar detenidamente  declaraciones "antisionistas" de personajes de la izquierda nacional para reconocer la estigmatización propia de la judeofobia tradicional.

Así es como arribo al núcleo de mi ponencia: las críticas al Estado de Israel pueden dividirse en dos tipos. En el primer grupo, los cuestionamientos proceden de un compromiso con valores humanistas, universalistas; posturas que abrevan en las aguas del racionalismo, demuestran cierta proximidad con el pensamiento liberal y ponen el énfasis en la defensa de los derechos humanos y en la afirmación de la vida humana como un valor supremo que no admite sacrificio en miras a causa alguna. En esta tradición es posible agrupar a las posiciones del polémico editorialista del periódico Haaretz, Gideon Levy; a documentalistas y cineastas israelíes como Avi Mograbi, Yoav Shamir, Eyal Sivan, Simone Bitton; a organismos de derechos humanos israelíes e internacionales como B'tselem o Amnesty Internacional. Cuando este tipo de críticas “universalistas” se comprueba en el mundo árabe, es de la mano de catedráticos que, la mayoría de las veces, han cursado sus estudios en el exterior y han tenido contacto con el campo académico europeo o norteamericano. Este es el caso de Edward Said y Fouad Ajami. En sus escritos han advertido a los árabes en contra de la tentación de esgrimir argumentos antijudíos o mitos conspirativos para hacer escuchar su voz en el conflicto. Es el tipo de críticas con las que me identifico cada vez que Israel recurre con demasiada facilidad a las soluciones bélicas y confía en su fortaleza militar como un talismán frente a cualquier amenaza.

El segundo tipo de crítica contra el Estado de Israel es aquella que se nutre de la anquilosada mitología de la conspiración judía mundial, reemplazando “judío” por “sionista”. Según esta tradición, la usurpación de Palestina es el resultado de una conspiración en la que se combinan la extorsión a las potencias occidentales para controlar su política exterior, el “poder del oro” judío, la infiltración de los judíos en los medios de comunicación acompañados en el empeño por sus aliados masones y liberales. Esta modalidad de crítica al Estado de Israel puede albergar componentes de nacionalismo, romanticismo, islamismo, fantasía paranoica, reduccionismo de izquierda y judeofobia tradicional, ya sea en su variedad occidental o árabe/musulmana. Ejemplos de este campo en América Latina lo constituyen Luis D'Elia, Hugo Chávez, Evo Morales, Hebe de Bonafini, Roberto Martino del Movimiento Teresa Rodríguez, Fernando Esteche de Quebracho y otros personajes auto-denominados de izquierda.

 En ocasiones la fórmula del antisemitismo contemporáneo consiste en emplear una definición tan amplia del "enemigo sionista" (todo aquél que declare que Israel tiene derecho a existir) que finalmente la casi totalidad de los judíos del mundo son "enemigos sionistas", incluso quienes no están ni elementalmente imbuidos del tema. Entonces la fórmula quedaría así: "yo no tengo nada contra los judíos, sólo contra el 90% de ellos".

Aun cuando es posible aceptar que “antisionismo” y “antijudaismo” son términos teóricamente distintos el problema es el siguiente: cuando tomamos las consignas antisionistas “demasiado en serio”, nos encontramos con los efectos antisemitas como un resultado no deseado de nuestra acción. Es decir, si llevamos las consignas del antisionismo hasta sus últimas consecuencias habría que reconocer que el resultado podría ser letal y dramático para los judíos de Medio Oriente: ¿es posible imaginar al Estado de Israel siendo desmantelado libremente por sus enemigos sin que esto tenga como consecuencia directa la muerte de miles de judíos? Ergo, aunque “antisemitismo” y “antisionismo” sean dos objetos teóricamente distintos, la realización final de la “destrucción del Estado de Israel” no podría acometerse sin el exterminio de judíos, sea planificado o no planificado.

Incluso si alguien argumentase que efectivamente es posible desmantelar la entidad estatal israelí sin producir daños a sus habitantes, lo que ha demostrado la historia es exactamente lo contrario: las reacciones contra el Estado de Israel alrededor del globo han tenido como blanco a judíos, ya sean éstos sionistas, no sionistas o antisionistas. Los agresores no se detuvieron a preguntar cuáles eran las convicciones políticas de las víctimas antes de proceder.

El conflicto de Medio Oriente es un tema que, eventualmente, resolverán los actores involucrados (es decir, israelíes y palestinos) sentándose a negociar punto por punto: fronteras, refugiados, Jerusalem Este, asentamientos, reconocimiento del Estado de Israel, lucha armada etc. No es algo en que tenga injerencia ningún judío diaspórico ni sus organizaciones y ni siquiera la mayoría de los israelíes sino, como en todas las cosas, sus gobernantes.

Precisamente, porque el objetivo final es que haya una negociación hacia la paz y la co-existencia de dos estados, no hay nadie que haga más por alejarse de ese camino que quienes son permisivos con el antisemitismo en el mundo árabe/islámico y las teorías de la conspiración. Quienes se creen los más intensos en la lucha por los derechos de los palestinos (que, por cierto, deben ser atendidos en forma urgente) son quienes sostienen las posiciones que más obstaculizan una negociación real y efectiva.

16 de agosto de 2012

Teatro: un experimento de laboratorio

Íntimos, una creación de Proyecto Híbridos, no es una obra de teatro, sino una experiencia performática en que se quiebra el dispositivo teatral convencional para permitir la emergencia de otro aun más novedoso. La idea es ésta: el público entra a la sala, un cartel con su nombre pegado en el pecho, se sienta en una ronda de sillas. Un actor (claramente, un actor) empieza a hablar y se presenta como coordinador de una terapia grupal. A partir de entonces el espectador ya no podrá reconocer si las personas que intervienen una tras otra son actores u otros integrantes del público como él mismo.  La consigna está clara desde el principio: cualquiera puede participar, la palabra es bienvenida. Y entonces surge la confusión y el interrogante: ¿el que habla a mi lado es un actor o un espectador?, ¿cuál es su motivación para tomar la palabra?,  ¿habla desde su inocencia o desde un guión?, ¿cuál es la posición objetiva de esta persona que sostiene su manifestación subjetiva? La pieza teatral juega de esta manera con los límites entre la ficción y la realidad, inmersos en una fantasía cuasi-paranoica en que nadie puede evitar sentirse en un grupo infiltrado ¿Quién será el “topo” entre los presentes? Existen claros indicios que señalan a algunos participantes, notoriamente caracterizados y elocuentemente guionados, como actores. Pero sobre el final de la obra, cuando las cartas se colocan sobre la mesa, se comprueba que las sospechas no eran siempre justificadas. 
Manteniendo la confusión y sospecha como contexto, se suceden ante los ojos de los espectadores (los verdaderos y los falsos, aunque llegado a un punto la pregunta por la autenticidad se disuelve para estresar el hecho de que la palabra es siempre un acto performativo) tramas espontáneas e improvisadas, situaciones insólitas e inesperadas, y la exposición de conflictos emocionales que oscilan entre la risa incrédula y el silencio de estupor y conmoción. Las convenciones del teatro están radicalmente alteradas en este proyecto. Se parte del quiebre inicial de un contrato con el público que sitúa a los actores en un otro lado. La revolución que opera Proyecto Híbridos  es similar a aquella revolución que separa a la psicología pre-freudiana del análisis freudiano: de un público que se conoce a sí mismo, se reconoce, puede enunciar un “nosotros”, pasamos a un público desconocedor, imposibilitado de señalar sus límites, envuelto en una escena de la que no puede desprenderse ni siquiera voluntariamente.
La incertidumbre genera este interrogante: ¿cuál es la medida de la participación justa, razonable y aceptada de un espectador en esta pieza?. Cada uno que se atreva a abrir la boca en el transcurso (variable) de la sesión tiene derecho a preguntarse “¿no estaré yendo demasiado lejos, asomando demasiado la cabeza, poniéndome en off side?” Al no conocer quiénes son los pares, los iguales, es imposible tener una medida de la propia conducta (arribando al corolario con el que empieza Karl Marx su capítulo dedicado al intercambio, según el cual una mercancía reconoce su valor reflejándose en otra mercancía de la misma manera en que un persona reconoce la medida de su humanidad en otra persona). 
Los guiones que fundan los relatos de cada personaje, los nudos básicos en los que se posiciona cada uno para desplegar una historia (sobre la que los imponderables de la dinámica grupal dictarán su destino final) han sido encomendados a siete escritores. Posteriormente han sido presentados a los actores y distribuidos los roles entre todos. Pero hay más que el guión actoral. Antes de ingresar a la sala, a los espectadores se les entrega una consigna, una propuesta para que desarrollen una acción o conducta durante la obra. Por ejemplo, “tenés un tic nervioso”, “no podés parar de seducir” o “te hiciste cirugías estéticas”. Cuando estas sugerencias dan con personas atrevidas o al menos desinhibidas, se refuerza aun más el efecto performativo entre los mortales espectadores. Esto último  termina volviendo a la cita un experimento del laboratorio de psicología social antes que una mera puesta en escena teatral.

Nota publicada en Revista Cultra: http://cultrateatro.blogspot.com.ar/2012/08/un-experimento-de-laboratorio.html

4 de agosto de 2012

Cosas que aprendí en Sociología: el cuerpo moderno y el cuerpo posmoderno.


El pensamiento racionalista de Descartes reduce al cuerpo a ser un objeto más, otra sustancia regida por las leyes naturales y que, por ocupar un lugar en el espacio es objeto de mensura e intervención humana. Este dualismo del cuerpo y la mente funda otras dicotomías semejantes como ser la de la cultura y la naturaleza, lo material y lo espiritual. Sus marcas se pueden ver en las diferentes corrientes filosóficas contemporáneas. El cuerpo se vuelve entonces una materia que no sólo puede corromperse sino que está sometida a este proceso incólume de degradación. Mientras que el pensamiento es elevado a la más alta jerarquía y considerado como puro e inagotable, el cuerpo es la materia que se puede intervenir, modificar, disciplinar.

El primer cambio que acontece en la posmodernidad es una consecuencia inevitable de la mayor individuación. Ante el nuevo predominio de la realización individual, este foco súbito e intenso sobre la persona, el cuerpo pasa a ser la medida del límite, la materia que posibilita la separación entre el yo y los otros. La subjetividad posmoderna es típicamente narcisista, surgida de los procesos de personalización y estetización del yo. En términos ideológicos, las grandes causas modernas son reemplazadas por una microingeniería de la vida cotidiana donde el sujeto se propone alcanzar el bienestar y la felicidad a través de la realización individual (el éxito profesional, la práctica deportiva, terapias alternativas, la autoayuda etc.). Esto conlleva a una enorme apatía en términos políticos, un descreimiento del sistema de partidos y falta de interés por todo tipo de asociaciones colectivas que trasciendan la ética individual.

Generar un culto del cuidado y la estética corporal es casi una consecuencia directa del individualismo. La búsqueda obsesiva de la juventud es también una huida ciega de la inevitable e inquebrantable muerte. Se persigue la evitación de la dolorosa idea de la descomposición de la materia corporal, sustentado por un auge descomunal de la vida cibernética en donde la degradación de los material parecería no tener sitio. La fantasía de escaparle a la ruin y corrompible materia está apuntalada por promesas provenientes del campo tecnológico.

El cultivo del cuerpo permite la aparición de un completo mercado dedicado al cuidado estético, volviéndose aquellos productos de primera necesidad. En este contexto el cuerpo es monitoreado, luchando contra la descomposición de la materia. Se intenta descrifrar los signos de esta degradación y combatirlos. Las intervenciones quirúrgicas abandonan el limitado cerco del campo médico para trasponerse en el campo de la estética. La propuesta es reciclar el cuerpo, como si se tratase de una obra arquitectónica, junto a la contribución del deporte y las dietas. 

La seducción reemplaza entonces al paradigma del control y la supervisión de la modernidad. Las relaciones de producción pierden terreno frente a las relaciones de atracción, que se erigen como reguladoras de los ámbitos del consumo y de la producción social. La tendencia al hedonismo y al ocio productivo se instalan y movilizan recursos tras de sí.

El hedonismo es un estilo de vida, caracterizado por la apertura a la experiencia placentera y al cultivo de lo sensual. Usualmente el hedonismo es rechazado desde una perspectiva moral y se lo acusa de conspirar contra una auténtica felicidad en el largo plazo.