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15 de marzo de 2011

El Top Five de los argumentos socio-políticos más berretas


1) “Cómo es posible que en un país que produce alimentos para 8 veces su población, haya gente que se muere de hambre”

En una economía capitalista importa poco cuál sea la capacidad de producir alimentos de “la Argentina”, porque los alimentos no pertenecen a “la Argentina” sino al señor capitalista, que hará con ellos lo que más le convenga a su bolsillo. Si el señor capitalista requiere destruir parte de la cosecha de trigo para recomponer su precio en el mercado a través de una disminución de la oferta, no dudará en hacerlo aunque haya gente que se muera de hambre (esto es lo que ocurre efectivamente).

2) “Hice mi riqueza honestamente, con mucho esfuerzo”.

La idea de que existe una riqueza generada con esfuerzo y otra sin esfuerzo es una distinción falsa, confusa, que conduce a perder de vista el punto central: toda riqueza consiste en la acumulación sucesiva de una porción no recompensada del trabajo de los trabajadores. Es decir, el trabajo genera un valor que es cercenado, arrancado de las manos del trabajador a través del pago del salario, una modalidad perfectamente “honesta” de hacer negocios. La verdadera transgresión está del lado de la Ley. Como decía Bertolt Brecht: “¿Qué significa el robo a un banco al lado de la apertura de un nuevo banco?”.


3) “Queremos resolver el problema de la inseguridad para vivir tranquilos”.

Esta frase resume la falsedad subjetiva de quienes creen que tienen algo material que perder. Podría traducirse así: “Mi intención es seguir acumulando riqueza, vivir una vida cómoda indiferente a la miseria de los otros, y no pagar el precio de que algún miserable aspire a vivir mi vida (apropiandose de mis bienes) o a estropear mi vida (acabando con ella)”. Para entender esto hay que retomar la dialéctica del Amo y del Esclavo de Hegel. El Esclavo es una persona que teme a la muerte violenta. Es capaz de entregar todo lo que tiene, y entregarse a sí mismo al dominio del Amo, a cambio de conjurar la amenaza de una muerte violenta. El Amo es, en cambio, un temerario, una persona que no cede ante el temor y en su desentendimiento y negación de la muerte consigue dominar al Esclavo. Traducido: quienes aceptan la propiedad privada como el sistema que regula las relaciones humanas, aceptan (lo sepan o no) la muerte violenta como una posibilidad. Son temerarios, imprudentes, lo sepan o no.

4) “La delincuencia va de la mano de la pobreza”.

Ninguna banda delictiva que invierte cientos de miles de pesos en armamento, vehículos, inteligencia, drogas, pagos a colaboradores y equipamiento diverso, lleva una economía de subsistencia. Los delincuentes que secuestran y matan desean amasar guita de verdad y se organizan con una inversión acorde. Y no debería sorprendernos ya que “tener mucha guita sin importar de qué manera”, parece ser el mensaje principal que transmiten los medios de comunicación. Más bien, la aspiración de tener mucha guita se ubica en el núcleo mismo de la economía capitalista; es lo que pone en movimiento a la sociedad por sobre otras motivaciones. Por lo tanto, si “amasar guita” es presentada como la meta última, ¿cómo pueden condenar al delincuente, quien lleva este ideal capitalista a su apoteosis, a su punto más elevado? ¿Existe algo más parecido a una empresa capitalista que una banda delictiva, con sus jerarquías, su división de tareas, su esquema de inversiones, su medición del costo-beneficio (el costo de hacer el atraco y el beneficio económico que puede entregar)? En conclusión, la delincuencia no se origina en la pobreza sino en el espíritu de lucro y los valores sociales que éste impone.

5) “Lo que quiere la gente es que solucionen sus problemas de todos los días”.

Por supuesto, quien hace esta afirmación está postulando un sujeto imaginario, la “gente”, sobre el que proyecta sus propias aspiraciones personales. Generalmente, quienes profieren la frase son tecnócratas ávidos de privar a la política de su potencia transformadora, para volverla una mera actividad de gestión de los bienes y del presente. ¿Y si los problemas de “todos los días” no tuvieran nada que ver con “lo observable de todos los días”? ¿Y si el hilo que une las causas con las consecuencias permaneciera invisible, no fuese de naturaleza tangible? ¿Qué pasa si alguien afirma que la drogadicción o el alcoholismo están asociados a la frustración propia de una sociedad consumista en que el sujeto no encuentra el objeto de consumo satisfactorio que se ajuste a la apertura radical que introduce el Ser? Es una posición más auténtica que la convicción de que los “problemas de la gente” son los baches y la recolección de la basura.

10 de marzo de 2011

Diario de viaje de un mochilero


Hoy estuvimos en Lima; no teníamos un cobre, loco. Así que pintó ir a la plaza central a tirar paños, a manguear algo para hacer el día. Nos mandamos yo, que zafo con la escribanía pública y hago algo con la contaduría, el Chabón, un abogado en lo civil que hace unas me­di­aciones re flasheras, y el Negro que trabaja muy lindo la decla­ra­ción de bienes personales. Como es típico de Latinoamérica, la plaza los domingos estaba hasta las pelotas. Así que nos tiramos a la som­bra, tiramos los paños y desplegamos nuestras planillas de cál­cu­lo y los documentos judiciales más flasheros de toda la plaza. Al prin­cipio no se movía y no teníamos ni para el mate (aunque había al lado unos flacos que hacían actuarios, microbios como nosotros, y que nos convidaron unos bizcochitos de grasa con onda). Después se puso más salado y ahí cayó una flaca buena onda que quería una Patria Potestad. Le tiré que le iba a hacer una con la mejor energía cósmica porque la chabona me había tirado buena onda. Estuvimos charlando con la flaca bocha y después le terminé la Patria Potestad y como me caía bien le regale también una Carta Documento de Cita­ción Judicial, por si le pintaba usarla. Nos cruzamos a unos chabones que venían de Colombia. Nos can­ta­ron que allá había toda la onda, que en Bogotá las conciliaciones bancarias se vendían bocha. Me parece que pintó Colombia. Pero an­tes tenemos que hacer unos mangos para comprar material que se nos acaba, necesitamos tinta para los sellos y remitos. Es que ayer, la poca tinta que nos quedaba se la dimos a la Pacha; ella se lo merece. Viajar por el continente es re flashero. Conocés profesionales buena onda y te tranzás a minitas todo el tiempo. Que suerte que hago la mía y no le hice caso a mi vieja que quería que sentase cabeza, hiciese algo serio que asegurase mi futuro y que me dedicase a las artesanías. Eso es de caretas, loco.

5 de marzo de 2011

Preguntas que requieren de un sociólogo para ser contestadas


En esta edición: ¿por qué los niños-pide-monedas argentinos no tienen la mística y el charm de los niños-pide-monedas de Europa del Este?

Todas las personas que frecuentamos el subte antes de la crisis del 2001 (fecha en que muchos inmigrantes prefieren abandonar nuestro país hacia destinos más prósperos) comprobamos el contraste entre la poderosa presencia escénica de un niño-pide-monedas rumano, con su acordeón del que brotan hermosísimas melodías gitanas, y la pobre performance del niño-pide-monedas argentino, trayéndonos a capela "La vaca estudiosa", "Color esperanza" o algún (desubicado por su escenario) jingle de Quilmes. ¿Por que esta abismal diferencia entre unos y otros? ¿Se tratan de diferencias culturales? ¿Será acaso que en Rumania el público del subte es más exigente con sus niños-pide-monedas? Analicemos la cuestión.

El niño, ya sea proveniente de Rumania, Bulgaria, Yugoslavia o cualquier otro país que le haya negado el espacio que requería su talento, nos observa con ojos firmes como el algarrobo mientras cuelga de su nariz mocosidad gitana, secreto índice del espíritu gitano que habita su cuerpo. Este cuerpecito anticipa una fisonomía robusta, oscura y varonil, semejante a la del personaje de "Soy Gitano". Mística balcánica expele su mirada de indiferencia frente a ese público tan vulgar que le ha tocado en suerte, espectadores inconscientes del saber milenario de los cožes, kolos y otras danzas serbias que recorre en su cuidado repertorio.

En cambio el niño argentino parece, en el mejor de los casos, drogado con poxiram. Nos atormenta con su imperativo llamado a aplaudirlo, nos fuerza a darle la mano mientras nos mira con ojos perdidos y ganas de vomitar. Y finalmente entona algún tema comercial y efectivo con el mismo entusiasmo con el que se le canta a la bandera por las mañanas.

¿Cómo se explica sociológicamente el encanto que producen unos frente a la desazón que generan los otros?

Respuesta: la amplia difusión de la obra cinematográfica del realizador bosnio
Emir Kusturica que ha cambiado el "mito del buen salvaje" por el "mito del buen gitano" y nos ha conducido a estremecernos frente a cualquier chico que creamos capaz de traducir el tema 3 de la banda de sonido de Underground.