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19 de diciembre de 2012

Ser transparente - Episodio 4

EPISODIO 4



Mientras atravesaba los pasillos y lugares comunes del edificio se asombró al contemplar lo que era la vida de hostel para los restantes turistas. Las instalaciones invitaban a quedarse eternamente, entre las comodidades y los ventiladores que limpiaban el aire de tanto calor; allí donde las amistades eran siempre prometedoras por desconocidas, y abundaban los idiomas lejanos y las cosas por descubrir. El hostel te tragaba y había que hacerse de impulso para abandonarlo. Etienne lo hizo. Empezó a caminar por las calles sin rumbo. Los domingos, el centro era un cascarón de una vida desconocida y vibrante. Las personas que se cruzaba en el camino lo debían saber bien. “Qué cantidad de viejos que hay en el centro cuando no hay gente”. Y encaraba, sin saberlo, para el sur. Emprendió el desafío de identificar en la vía pública las diferencias con su ciudad de origen. “Los cables de energía y de teléfono sobrevuelan tu cabeza. Como si tejieran una red en el aire. Hay árboles que brotan de las veredas, no están confinados a parques o bosques. ¿El subte iba al revés, no?”

Sin proponérselo, Etienne alcanzó el Parque Lezama. Una estatua de piedra gris fue su primera visión. Fue sorprendida luego por los estruendos de una cuerda de percusión y se dirigió hacia donde la llevaba el sonido. Jóvenes de su edad que se reunían a sacudir los tambores en el corazón del parque. Entre ellos revolotean palomas aturdidas, náufragas de vaya a saber uno qué trayecto. Uno de los músicos proveía a los demás de pitadas de cigarrillo, acercándoles el vicio a la boca. Etienne no sabía exactamente de qué música se trataba pero consideraba que sonaba como cualquier pieza latina: candombe, cumbia colombiana o capoeira. Había escuchado algo similar en su visita anterior a Marruecos. Más precisamente en la plaza Djema de Marrakesh. El parecido entre los dos espectáculos callejeros era poderoso. La influencia negra penetró tanto en el norte de África como en Latinoamérica. La música popular es africana en todas partes. Y en Marrakesh y Buenos Aires se siente universal. Entonces es cuando Etienne pensaba la posibilidad antes evasiva de una universalidad negra, de una universalidad construida desde el margen. ¿Y por qué estas especulaciones serían diferentes a las idealizaciones de Agnan sobre la América Latina sosegada? “Porque él puede ser muy superficial”.


Atravesó la tarde sentada en un banco de plaza. De esos de tablas de madera verde ensambladas. Etienne alternaba un pensamiento rumiante con la contemplación perdida del paisaje que se desplegaba ante sus ojos. Un vendedor de un puesto callejero, aparentemente artesano de manualidades, se aproximó a la banda de rock que estaba armando lo equipos de sonido en el césped cercano, aprestándose para tocar. Aunque no podía distinguir el contenido de la conversación (y aunque lo oyese no sería capaz de descifrar el castellano) la artesana tenía algún problema con la actividad de los jóvenes. Quizá en relación a la amplificación del sonido, que tornaría más difícil la labor de los vendedores para persuadir a sus clientes. En la diagonal derecha se sentaba en otro banco semejante una pareja que Etienne entendía estaba compuesta por un local y una extranjera. Una hermosa joven blonda (posiblemente nórdica, arriesgaba Etienne) y un muchacho con rastas, de atuendo desprolijo y barba crecida, autóctono, en extremo alto y flaco. La nórdica aguijoneaba a su compañero de rastas, lo quemaba con la mirada; debía estar profundamente enamorada. Los dos jóvenes eran discordantes en casi todos los aspectos posibles de ser enumerados. La nórdica, particularmente, retuvo la atención de Etienne; se notaba que era una muchacha culta y curiosa; quedaba de manifiesto su empeño por relacionarse con el muchacho muy a pesar de las dificultades que imponía la competencia lingüística. Él le correspondía impostando un modo más reo de lo que alcanzaría a ser espontáneamente, como si buscase prestar a su trofeo foráneo y pálido el souvenir de la argentinidad. No ocultaba cierta torpeza en sus modos y una inclinación soslayada por llamar la atención no sólo de su chica sino de otras personas alrededor. Con sus excentricidades y sus raptos de efusividad pseudo-artística se prestaba como el objeto etnológico perfecto para que la nórdica justificase tantos kilómetros de traslado. Etienne no dudó en caracterizar ese cuadro de turismo antropológico. Le llamaba la atención cómo en un contexto ajeno y poco familiar, los turistas podían sentirse atraídos  por personas a las que no entregarían ni una mirada evasiva en sus propios ambientes originarios. Como si la carencia de recursos para desplegar el mapeo cognitivo unívoco que permite a un nativo guiarse en la sociedad a la que pertenece, condujera a los extranjeros a hacer interpretaciones que transgreden las convenciones que rigen los encuentros y desencuentros en el país que los aloja. 

FINALIZARÁ EN EL PRÓXIMO POST

 

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