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24 de agosto de 2011

Sobre la oposición a piropos en la vía pública.


Esta es mi respuesta a 5 consignas falaces vertidas por manifestantes en la Marcha de las Putas.

“Los piropos son invasivos”

Zizek se refiere al narcisismo del sujeto contemporáneo para explicar la obsesión sobre el peligro que entraña que Otros fumen cerca nuestro. Busca contestar a la pregunta: ¿por qué se ha generalizado la idea exagerada de que el humo ajeno “es invasivo”? Según el autor, el narcisismo conduce a percibir cualquier contacto indeseado con una persona como una infección. Así, las diferentes formas en que el Otro puede afectarnos son percibidas como amenazas contra nuestra integridad. Para Zizek se trata de una visión particular de la subjetividad, una falsedad del liberalismo, que podría traducirse en el sentimiento de “quiero que los Otros me dejen en paz; no quiero acercarme demasiado a los Otros”. El segundo punto que señala Zizek para dar cuenta de esta percepción de la amenaza en el fumar se encuentra en la envidia del goce intenso del Otro. La contemplación de la acción de fumar pone de relieve la distancia entre quienes persiguen una satisfacción ordenada, controlada, y quienes se entregan sin más consideraciones a un goce mórbido y desenfrenado.

Estas apreciaciones sobre la reserva exagerada de que Otros fumen cerca mío, una falacia de la subjetividad contemporánea que encuentra en la alteridad una amenaza, pueden ser ajustadas a la idea del “piropo como amenaza”.

Vivir en comunidad (la única forma en que el ser humano puede vivir) implica ser afectado por los Otros de maneras diversas, que muchas veces son imprevisibles e indeseables, pero que no por ello constituyen formas de violencia. Me puede molestar que los automovilistas den bocinazos innecesarios, que haya pasajeros que hablen a los gritos en el colectivo, que el perro del vecino me ladre estruendosamente, que la persona de al lado en el subte no use desodorante y tenga un olor nauseabundo. Todas esas cosas implicadas en la interacción social pueden generar malestar, sin duda son indeseables y podrían ser evitadas con un poco de consideración hacia el prójimo. Pero, sin embargo, movería a la risa que estos desajustes en la convivencia fuesen elevados al status de “causa o demanda social”. De la misma manera es hilarante que la oposición al piropo sea presentada como una causa por la que luchar, sostenida por quienes @berlich llama “feministas falopa”.

Ahora bien, supongamos que pudiéramos rastrear la línea divisoria entre un malestar aceptable atribuible a la cercanía del Otro de aquél objeto verdaderamente preocupante: la violencia sexual. Entonces a las manifestantes les surge la pregunta:

“¿Cuál es el límite entre un piropo y una ofensa?”


Seguramente estremecidas por el descubrimiento antediluviano de que todo límite es arbitrario, las feministas se han visto arrastradas a este interrogante. Sin embargo, lo que habría que contestar es que la pregunta no tiene una respuesta. O mejor dicho, no existe tal límite sin hacer intervenir a la autoridad; la única manera de fundar esa frontera sería con la introducción del derecho penal. Pero como las soluciones restrictivas, coercitivas o represivas no son siempre las que mejor recomponen la armonía social perdida, se hace necesario que pensemos el asunto sin recurrir a lo punitivo. También existe una delgada línea en que un abrazo se vuelve una manera de comprimir y retener, o que una navaja que te afeita puede hincarse en la piel y hacer brotar ríos de sangre. De alguna manera necesitamos confianza en los demás para vivir, porque de otra manera la calle estaría llena de enemigos.

El límite entre el piropo y la ofensa no existe y sólo puede tener consistencia para una persona que, implícita o explícitamente, confía en la limitación por medio del uso legítimo de la fuerza, incluso cuando se trata de los hábitos más periféricos de la vida social. Es decir, si hablamos de limitación, ésta sólo es imaginable de la mano de la intervención del Estado y su monopolio de la violencia legítima. ¿No es esta concepción de la sociedad la manifestación más acabada de machismo y falocentrismo?

Pero, por otra parte, ¿es posible comprobar que efectivamente existe una línea de continuidad entre el piropo y formas de violencia sexual penalizadas por la Ley? ¿Dichas feministas están en condiciones de probar con datos de las ciencias sociales que existe una asociación fuerte entre quienes dicen piropos (al menos entre quienes dicen piropos insultantes) y quienes cometen repudiables abusos sexuales? ¿Existen estudios que demuestren que estas dos poblaciones coinciden? ¿Y si la relación fuese otra? ¿Y si el violador fuese en la mayoría de los casos un sujeto tímido e introvertido, incapaz de expresar sus sentimientos a las mujeres, y que encuentra en el violento pasaje al acto la forma patológica de remendar sus carencias expresivas? En ese caso la relación entre la expresión verbal y el pasaje al acto violento sería de signo opuesto al que presentan las feministas.

De la misma manera en que, trazando un paralelismo, no es correcto decir ligeramente que la marihuana es la puerta de entrada a las drogas duras, la continuidad entre el piropo y formas auténticas de violencia sexual tiene que ser probada fehacientemente antes que ser usada como consigna vacía.


“Si soy linda o fea es un tema mío. Nadie te preguntó tu opinión”


Este argumento es muy interesante por lo que permite leer entre líneas. Sería como si la feminista dijera: “Tu opinión (masculina) sólo es válida cuando yo (mujer) te la solicito; si no es solicitada por mí, es inválida, incluso ofensiva”. De no ser porque que en este escenario la mujer está del lado de enunciador, la premisa resultaría claramente sexista. Y desde ya, despótica. En una frase como la anterior el hombre es reducido a la pasividad que las mujeres rechazan para sí mismas, apelando a la inapropiada noción de cosificación (probablemente haya sido @juliamengo la que impuso este término en el espacio público. Pero hay que recordarle a la panelista de DDD que cosificación es un concepto con el que la tradición marxista denominaba a la sustitución de una relación entre personas por una relación entre cosas (mercancías), rasgo intrínseco del fetichismo de la mercancía. Cosificación, en su acepción original, nada tiene que ver con la despersonalización de la mujer).


“No significa no”

Uno reconoce la buena intención que subyace en esta consigna para llamar la atención sobre la “progresión” involucrada en el hostigamiento sexual. No obstante, no puede pasarse por alto que esta frase contradice los supuestos más elementales de los estudios del lenguaje. El lenguaje no es transparente, más bien es opaco, no tiene un carácter operativo, no es una herramienta, no existe una correspondencia absoluta entre el significante y el significado, antes bien, lo que existe es una ruptura fundamental. La noción de que “no significa no” parece ser teóricamente primitiva, pre-psicoanalítica. Esta última disciplina ya nos enseñó que la demanda no puede ser íntegramente articulada en la palabra y que siempre subsiste un resto, aquello para lo que no existe la palabra justa: el deseo. Freud, en su escrito “¿Qué quiere la mujer?”, se refirió a lo que dicen las histéricas con su “no” (Freud, sexista en este punto, asociaba la histeria exclusivamente con la naturaleza femenina. Hoy se atribuye también a los hombres). El "no" de una histérica o un histérico puede ser, antes que un simple rechazo, una invitación a que la otra persona niegue su “no”, una convocatoria a un encuentro personal más intenso.

Como explica Zizek la diferencia por la cual una insinuación masculina es interpretada como una aproximación fructífera o como una insistencia próxima al acoso, sólo reside en su éxito posterior. Es decir, lo atrevido no está en la acción por sí misma sino en la sanción que recibe de la mujer; esta sanción produce un efecto retroactivo según el cual el mismo movimiento es teñido de validez o de censura.

En definitiva, uno puede rechazar la violencia sexual (la imposición física del hombre sobre la mujer en contra de la voluntad de ésta en pos de la satisfacción de un impulso sexual) sin necesidad de aceptar consignas tan simplificadoras como “no significa no”. Sabemos que “no” puede significar “no”, tanto como, en algunas oportunidades, puede significar otra cosa. Pero más allá de las palabras, uno puede captar la voluntad del otro con sensibilidad y empatía, en vez de recurrir a fórmulas torpes que reducen la realidad y se comprueban falsas hasta para la inteligencia más precaria. En síntesis, quien quiera dañar a la mujer lamentablemente hará caso omiso de la consigna “no es no” , y quien tenga sensibilidad y empatía no necesita que le repitan la formulita cual estudiante aprendiendo la tabla de multiplicar para saber cómo comportarse.


“La exhibición de culos en los medios de comunicación es una forma de violencia sexual”

Aunque las mujeres semi-desnudas no constituyen el contenido más deseable, y sin duda no es el que yo personalmente prefiero, lo cierto es que la libertad de los medios de exhibir estos contenidos es “el efecto secundario” de una sociedad moderna, democrática y secular en que no existen limitaciones religiosas, ideológicas o de una moralina dudosa que lleven a la censura. Seguramente, en países con regímenes dominados por el integrismo religioso no aparecen culos en la televisión, así como tampoco las mujeres pueden mostrar sus piernas en la calle, descubrir su rostro o cabello o salir a la noche sin la compañía de un esposo. Las penas son severas para las mujeres que abandonan la virtud y las buenas costumbres.

El discurso de muchas feministas en relación a la exhibición de culos en la TV muestra la misma carga de moralina barata que exponen los ascetas religiosos que inventaron el Quaker y que rechazan la exhibición pública de lo erótico. Las feministas suelen negar la carga erótica que está presente en las relaciones entre humanos, y buscan imponer una sociedad que, para deshacerse de las inclinaciones más espontáneas (como contemplar un buen trasero), requiere una notable cantidad de correctivos y disciplina. El mundo sin exhibición de culos con que sueñan las feministas es un mundo represivo, desabrido, restringido en sus pasiones más auténticas. Es un mundo atravesado por una compulsión a la pureza e higiene que persigue deshacerse de la suciedad contenida en la sexualidad humana. Un mundo sin exhibición de culos es un mundo artificialmente des-sensualizado.

Pero lo peor es que cuando alguien se queja de la reducción a objeto que experimenta una vedette que aparece semi-desnuda en un programa de TV, está negando la voluntad de la vedette. Quien realmente “cosifica” es la feminista que no contempla la voluntad, el poder de decisión, que tuvo la vedette que encontró esta opción más deseable que otras alternativas que se le abrían en su camino. Lo cierto es que nadie la forzó a punta de pistola a bailar en la TV, y si esta mujer eligió este trabajo antes que otros (que la hubieran dispensado de tener que exhibir su cuerpo), ya sea en busca de dinero, fama o lo que sea, esa inclinación es parte de la subjetividad y voluntad de la mujer y debe ser contemplada al momento de realizar un análisis. Si no lo contemplamos, la tratamos como un objeto.

16 de agosto de 2011

Semblanza de New York City



En el centro de Manhattan de cada cinco personas, dos son WASP (White Anglo-Saxon Protestant) una es negra, una es latina, una es asiática. En Harlem, al norte de Manhattan, la estadística se vuelve favorable a las minorías. Los afro-americanos reconocen que prestan mucho cuidado a su cabello; en Harlem abundan las peluquerías a donde acuden para hacerse el mínimo retoque. Por las playas de Brooklyn, desde Coney Island hasta Brighton, sólo hay inmigrantes ucranianos. Los carteles de Coney Island muestran inglés y alfabeto cirílico.

Nunca ví un subte lleno. La gente permanece sentada y, a diferencia de Londres, Atenas o Buenos Aires, son pocos los que leen el diario mientras se transportan. Claro, no se distribuyen ejemplares gratuitos. Si se trata de material de lectura, uno escogería los avisos publicitarios de abogados; te ofrecen hacer juicios por daños o mala praxis y volverte millonario. Especulación haciendo nudismo. Más allá de esas insignias, el subterráneo está mal señalizado (en cambio, la TV está llena de tandas publicitarias). Falta refrigeración en los andenes y están acondicionados excesivamente los interiores de los vagones.

Un mendigo de veintipico (más joven que yo!), que otrora perteneció a la clase media, duerme sobre un sillón en la avenida Bowery de East Village. Cada vez que uno pasa a la noche, encuentra al mendigo leyendo un libro.

Las bebidas son dulces, mucho más dulces que en Argentina. Se destacan los sabores rojos como Moras o Cerezas. Si dejás menos propina que la esperable, los mozos te lo demandan con molestia ostensible. Los restaurantes se hacen presente sorpresivamente en los estadios de baseball. En la mitad del partido, algunos espectadores se sustraen de las gradas para ir cenar sushi o langostinos. Hay cartoneros, por si alguien creía que eran exclusividad del sub-desarrollo. La vida nocturna se apaga antes: a las 11.15 no encontrás dónde cenar y te preguntas si la calificación de "city that doesn't sleep" de Frank Sinatra no es exagerada.

A las 5 en Union Square se huye del trabajo. Increíble, pero entre los trabajadores liberados hay skate, hay mucha bici. El sábado el Great Lawn del Central Park sólo muestra gente arrojada sobre el césped haciendo pic nic o novatos practicantes del baseball; sin embargo, nadie vende comida de manera informal (pan caliente?!?!?!). También es cierto que hay menos Mc Donald's que lo que uno creería: sólo me crucé con 2 en todo el viaje. Deben tener más presencia en localidades del interior, allí donde hay norteamericanos de verdad, en vez de neoyorkinos que con los norteamericanos sólo presentan alguna vaga reminiscencia.

Aunque de lejos suene pintoresco, Chinatown es el Once. El MoMA hace que el Malba parezca una exposición de postales. El Soho hace que Palermo Soho parezca la sección de ropa del Carrefour.

El edificio donde se emplaza el museo Guggenhaim asciende como una escalera caracol. Es una buena metáfora del tiempo: es continuo, sin cortes ni rupturas, pero mirando hacia fuera se reconoce la progresión.