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30 de mayo de 2011

Monólogo judíos en la Unión Soviética (transcripción)


Yo soy judío. Chocolate kosher por la noticia. Igualmente cada vez lo soy menos. Ya no voy al shule, ni al club, ni acudo a la sinagoga. Y de vez en cuando me fijo si conservo la circunsición. No sea que la haya perdido y no me haya dado cuenta. En cambio, mis antepasados eran muy judíos. Mis bisabuelos vinieron de Bessarabia. Para que se den una idea, de Bessarabia proviene el famoso…bueno, en realidad de Bessarabia no proviene nada famoso. Lo más famoso que tenían eran mis bisabuelos. Vivían en un shtetl, una aldea pequeña, se llamaba Dubasari. Y era muy pobre. Mis bisabuelos para no desentonar también eran muy pobres. Pero en extremo: partiendo de la nada alcanzaron las más altas cumbres de la miseria. Eran tan pobres que se comían la ropa…y se vestían con polenta. Eran tan pobres que la Revolución Rusa les dio una luz de esperanza…y ellos pusieron una casa de iluminación. Tenían un perro pésimamente alimentado. Estaba tan débil el perro que cada vez que ladraba perdía el conocimiento. No sólo eran pobres, sino que además tenían un montón de hijos. Tenían tantos hijos que la cigüeña no visitaba su casa; directamente tenía su habitación. Tenían tantos hijos que cuando mi bisabuelo volvía a la casa del trabajo tenía miedo de preguntar: “¿Qué hay de nuevo?”.

Ya que estamos hablando de mi bisabuelo, él era rov, rabino. Era una persona ejemplar. Si mi bisabuelo viviera hoy, todo el mundo hablaría de él. Porque si mi bisabuelo viviera tendría 143 años. Él era rabino y al mismo tiempo muy pobre. Tal es así que en una oportunidad se acercó un joven al templo a preguntarle qué condiciones tenía que tener la carne para ser kosher. Mi bisabuelo no supo contestarle. No es que no supiera lo suficiente sobre el kosher. Jamás había escuchado hablar de la carne. Como rabino, buscaba formas alternativas de generar nuevos ingresos. En una oportunidad se presenta en el templo un Rotschild, un millonario, con su perro Doberman. Quería que mi bisabuelo le celebrase el Bar Mitzvá al perro. “Mire, eso que me pide es imposible. No puedo celebrarle el Bar Mitzvá a su perro”, “Qué lástima! Porque hace unos años otro rabino accedió a circuncidarlo por 10 mil dólares”, “Ah! Si el muchacho es judío es otra cosa”. Mi bisabuelo estaba muy preocupado por la pobreza que había en su pueblo. En una ceremonia de Shabat suplicó al auditorio que los ricos diesen más limosnas a los pobres. La mujer le preguntó: “¿Tuvo éxito tu súplica?”, “A medias. Los pobres estarían dispuestos a aceptar”.

Mi bisabuelo tenía un hermano Eliahu que era ganev, ladrón. Siempre decía que lo bueno de trabajar como ladrón es que manejas tus propios horarios. Además tenía un socio con el que cometió varios atracos, varios robos. Pero abandonó a su socio cuando se dio cuenta de que no era una persona honesta. En una de sus aventuras delictivas, a Eliahu lo detienen, lo condenan a la horca, estaba en el cadalso a punto de ser ahorcado junto a otros dos criminales y le conceden un último deseo a cada uno. El primer criminal dice: “Luego de muerto quisiera que mis cenizas sean arrojadas al mar”. Muy bien. El segundo criminal: “Luego de muerto quisiera que mis cenizas sean depositadas en un bosque”. Muy bien. Y Eliahu: “Luego de muerto quisiera que mis cenizas sean esparcidas en la tumba de León Tolstoi”. “Pero qué dice! Si Tolstoi todavía no murió”, “Bien, puedo esperar”.

Yo no salí a mis antepasados. No soy rabino ni ladrón. Soy comediante y considero que soy un buen comediante. Tengo los atributos para ser un buen comediante. Para ser un buen comediante hay que ser extrovertido y yo soy extrovertido. Hay que ser audaz y yo soy audaz. Hay que ser talentoso y yo soy audaz. A mí me está yendo bien como comediante. Conocí a otros humoristas que no tuvieron la misma suerte. Un comediante amigo murió en la mayor de las pobrezas. Tal es así que con otros cómicos tuvimos que juntar una colecta para poder enterrarlo. Me dirigí a un conocido y le pedí 10 pesos para enterrar a un comediante. “¿10 pesos para enterrar a un comediante? Tomá 20 y enterrá a 2”.

Y en mi carácter de comediante quería ofrecerles chistes organizados temáticamente. En esta oportunidad voy a contar chistes de judíos en la Unión Soviética. Un tema muy actual y de mucho interés. Ustedes saben que al comienzo de la Revolución Rusa estaba todo bien con los judíos, de hecho estos se sumaban en grandes proporciones al Ejército Rojo. Pero a medida que avanzó la Revolución, los judíos, al igual que otras minorías étnicas con reivindicaciones nacionales, empezaron a enfrentar dificultades. El idish era mal visto, el hebreo peor. El psicoanálisis freudiano, el tercer idioma que hablaban los judíos, era considerado una abominación de Occidente. Muchas sinagogas fueron cerradas y otras, como la sinagoga de Ostropol, permaneció abierta pero no había ningún rabino que oficiase. Como Ostropol tenía una comunidad judía importante, las autoridades soviéticas del municipio salen a buscar un rabino que les resultase aceptable desde su mentalidad soviética. El primer candidato fue deshechado porque aunque estaba ordenado como rabino, no era miembro del Partido Comunista, no podía ser. El segundo candidato sí era miembro del PC pero no estaba ordenado como rabino. El tercer candidato cumplía los dos requisitos: estaba ordenado como rabino y era miembro del Partido Comunista. Sólo tenía un problema: era judío.

Los soviéticos no estaban nada orgullosos de tener tanta cantidad de judíos en su territorio. Es más, les daba vergüenza. Tal es así que el gobierno organiza una orquesta sinfónica con músicos representantes de las distintas nacionalidades que convivían en el territorio soviético. Entonces organizan una conferencia de prensa donde, frente a periodistas internacionales, el director de la orquesta presenta a los músicos, para dar una idea de integración, multiculturalismo etc. “Este es Sergei Ivanov, el ruso. Este es Murzhenko, el ucraniano. Este es Saraian, el armenio. Este es chikbili, el georgiano. Y ese de ahí es Rabinovich, el violinista”.

Otra cosa que generaba mucha desconfianza, mucho recelo, era el judío que quería emigrar a Israel. Y era casi imposible conseguir un permiso para hacerlo. Tal es así que Rabinovich…bueno, sepan que los chistes de judíos en la URSS están protagonizados por Rabinovich. Es una suerte de Jaimito de la URSS. Dicen que Rabonovich tenía un loro en su casa. Y una tarde el loro empieza a gritar: “Estamos hartos del paraíso socialista. Dejennos ir a Israel. Estamos hartos del paraíso socialista. Dejennos ir a Israel”. Es oído por un vecino que eleva la denuncia a las autoridades. Esa noche se presentan en la casa de Rabonovich dos oficiales de la KGB y le advierten que si su loro sigue profiriendo semejantes consignas antisoviéticas, él y su loro estarían en serias dificultades. Entonces Rabinovich agarra al loro, muy enojado, y lo mete en la heladera. A la noche siguiente se presentan los oficiales de la KGB exigiendo ver al loro. Rabonovich los hace pasar a la cocina, abre la heladera…ahí está el loro con escarcha, tiritando, y esta vez grita: “Abajo el sionismo, viva el marxismo-leninismo. Abajo el sionismo, viva el marxismo-leninismo”. Los oficiales contentos, felicitan a Rabinovich, a su loro, y se retiran satisfechos. Entonces Rabinovitch toma al loro, lo saca de la heladera y le dice: “Muy bien, me alegro que te hayas dado cuenta cómo la hubiéramos pasado en Siberia”.

Como les dije, leer un libro o un periódico en idish o hebreo en la vía pública podía ser motivo de hostigamiento. Rabonovich estaba leyendo un libro sentado en el banco de una plaza. Se le acerca un policía y al ver los caracteres hebreos le dice: “¿Qué está haciendo Ud.?”, “Estudiando hebreo, el idioma del Estado de Israel”, “¿Y siendo Ud. un viejo todavía conserva alguna esperanza de que algún día le den el permiso para irse?”, “Probablemente nunca me lo den, pero igualmente el hebreo es también el idioma del paraíso y está bien estudiarlo para cuando llegue el día”, “¿Y cómo está tan seguro de que se va a ir al paraíso? Podría irse al infierno”, “No se preocupe. Ruso ya hablo”

22 de mayo de 2011

Freud, compilador de chistes judíos


Como nos pasa a todos, el primer evento que contacta a Freud con la comunidad judía es su circunsición. Este chiste con el que suelo abrir mis monólogos sobre judaísmo es una expresión de la fatalidad involucrada en la existencia: nuestro lugar en el mundo ya está delimitado antes de que lleguemos a él. Y apenas nacemos, este destino parcial es impreso en nuestro cuerpo. Pero la circunsición es también la marca impiadosa del cruel Padre de la Horda sobre el niño desvalido. Es una cuestión que ha sido suficientemente elaborada por Freud; en la mitología individual, la travesía consiste en escapar a la arbitrariedad del padre, enfrentarlo y, tal como Edipo, matar al padre omnipotente para que éste persista como nombre, como ley.

La circunsición es también una alianza, un recordatorio, que sustituye a un episodio que como ningún otro da cuenta de la arbitrariedad del padre: el sacrificio de Isaac. El final que imagina Woody Allen lo vuelve un verdadero paso de comedia, con el Todopoderoso recriminándole a Abraham: “Yo te digo en broma que sacrifiques a Isaac y tu corres en seguida a hacerlo. No tienes ni un poco de sentido del humor. Parece mentira”.

El padre de Sigmund, Jacob Freud, era un judío ortodoxo de la rama del jasidismo. Sin embargo, Freud creció apartado de la observancia religiosa, entre seculares. Su interés por el judaísmo tenía un cariz cultural y hasta científico. La pregunta por la identidad y la pertenencia estuvieron, sin embargo, siempre abiertas. Así lo expone él mismo: “Puedo decir que estoy tan apartado de la religión judía como de todas las demás religiones; o sea, tienen para mí gran significación como tema de interés científico, pero no participo afectivamente en ellas. En cambio, siempre he tenido un fuerte sentimiento de pertenencia a mi pueblo y lo he alentado también en mis hijos. Todos nosotros nos hemos mantenido dentro de la confesión judía…” (publicada en Jüdische Presszentrale Zürich, 26/02/1925)

Freud era un judío vienés secular y de mentalidad cientificista, en una época en que los judíos estaban bien integrados a los círculos profesionales. Muchos de ellos renegaban o preferían olvidar su condición. El pionero del psicoanálisis era un judío de las fronteras, con un pie adentro y otro afuera, y sin saber bien de qué. Así lo expone en un chascarrillo que es relatado por Theodor Reik. Cuando la oficina de impuestos de Viena le envía una nota sugiriéndole que quizá no había declarado todos sus ingresos, ya que su fama iba más allá de las fronteras de Austria, Freud responde: “Precisamente, fuera de las fronteras de Austria es donde empieza”. El interés por pensar el adentro y el afuera queda bien retratado en la última obra del psicoanalista, Moisés y la religión monoteísta. Su postulado, nunca bien demostrado científicamente, parece otra notable muestra de humor judío: Moisés no sería hebreo sino egipcio, no sólo extranjero sino incluso de la nación opresora. Pero el pueblo judío, ante la ausencia de liderazgo, lo adoptó como dirigente de cualquier manera.

Quedándonos en la cuestión del humor, es sorprendente la enorme cualidad de Sigmund Freud de extraer aprendizajes psicoanalíticos del humor judío. Gran parte de los relatos que aparecen compilados en El chiste y su relación con el inconciente pertenecen a la tradición folklórica judía y son empleados por Freud para exponer mecanismos primarios, propios del sistema inconciente. Por ejemplo, el chiste del diálogo entre una idishe mame y su hijo: “Para que me mientes diciendo que vas a Cracovia para ocultar que vas a Varsovia si realmente vas a Cracovia”. El chiste es posteriormente retomado por Lacan y sus discípulos para exhibir un aspecto propio de la identidad: ésta siempre entraña un doble reflejo especulativo en que queda perdida la esencia, el aspecto nouménico tras el fenoménico. El velo no funciona ocultando un objeto más profundo sino la ausencia misma de profundidad. Otro de los cuentos empleados por Freud para exponer que no existe negación en el inconciente es el de los judíos y la vasija: uno le presta a otro una vasija y éste se la devuelve rajada; el acusado se defiende: “en primer lugar no te devolví la vasija rajada, en segundo lugar ya estaba rajada cuando me la prestaste y en tercer lugar, nunca me prestaste ninguna vasija”. En el inconciente no hay valor de coherencia y ese criterio sólo puede estar resguardado por algún principio externo, el principio de realidad. Pero sin adentrarnos en aspectos teóricos, la inclinación de Freud por estudiar los mecanismos inconcientes en chistes, muchos de los cuales forman parte del acervo cultural judío, hablan sin dudas de la conexión de Freud con su identidad. Esto nos permite afirmar a Freud como un brillante compilador de humor judío.

3 de mayo de 2011

Por qué las fantasías sobre la muerte de Osama son tan perversas como el mismo Osama.


Un profesor de la cátedra Sociología General de la UBA afirmaba que antes que explicar la oscura trama que condujo a la muerte de Alfredo Yabrán, la tarea de la sociología consistía en reflexionar sobre el escepticismo que había despertado el hecho en la población: eran muchos quienes dudaban de que Yabrán efectivamente estuviese muerto. Esto permitía leer una característica de la sociedad argentina, su incredulidad frente a los eventos que involucran a las cúspides del poder, al punto de reemplazar la sustancialidad de una noticia por una intrincada teoría conspirativa.

Una vez más, la recepción de la noticia de la muerte de Osama Bin Laden por la opinión pública merece una reflexión. Para eso permítanme señalar 3 fenómenos distinguibles en dicha repercusión:

1) Incredulidad y aliento a las teorías conspirativas. Las teorías de la conspiración son fantasías de circulación social que permiten condensar y articular un conjunto de creencias populares que, a simple vista, son contradictorias entre sí. Pero la existencia de una contradicción importa poco en el marco de una teoría conspirativa. ¿Cómo compatibilizar, si no, la idea de que Bin Laden continúa vivo (y su supuesta muerte es sólo una operación publicitaria para prestigiar a Obama) con la idea de que Bin Laden nunca existió? ¿Cómo conciliar la idea de que Bin Laden es un líder financiado y entrenado por la CIA, con la idea que Bin Laden nunca fue una persona física sino una ilusión pergeñada por el gobierno de EEUU? ¿Cómo compatibilizar la sospecha sobre la alianza estratégica entre los EEUU y el líder integrista, con las acusaciones de que la omnipotencia de EEUU acabó con Osama brutalmente, sin ofrecerle la garantía del debido proceso? Como se observa, en las fantasías paranoicas de orden público, al igual que en los sueños descriptos por Freud, no existe la contradicción. La fantasía social explica la realidad al modo del chiste de los judíos y la vasija: uno le presta a otro una vasija y éste se la devuelve rajada; el acusado se defiende: “en primer lugar no te devolví la vasija rajada, en segundo lugar ya estaba rajada cuando me la prestaste y en tercer lugar, nunca me prestaste ninguna vasija”.

Las teorías conspirativas suelen reforzar la idea de que tras la realidad evidente opera un agente todopoderoso, el que controla los hilos de los acontecimientos desde las penumbras. Este modo de argumentación, peligroso por cierto, es fácilmente aceptado por el público masivo, pues los caóticos y complejos resultados de la interacción social son simplificados en la atribución de la responsabilidad a un agente omnipotente.

2) La exaltación de los aspectos más instintivos y primitivos de la humanidad. Le Bon, uno de los primeros psicólogos en estudiar el comportamiento de las masas, señalaba que “por el mero hecho de integrarse en una multitud, el individuo adquiere un sentimiento de poder invencible, que hace que la muchedumbre se vuelva más primitiva y menos sujeta al control ejercido por la conciencia o por el temor al castigo”. Freud posteriormente cuestionó esta idea. No obstante, aunque el principio de Le Bon no sea infalible, algo de su funcionamiento pudo evidenciarse en la multitud que salió a las calles de New York a celebrar un asesinato, exhibiendo el rostro primitivo e irreflexivo de la masa. Es difícil pensar que quien condena un ataque terrorista partiendo de la defensa incondicional de la vida humana, pueda alegrarse por la muerte del perpetrador. ¿Esa misma multitud satisfecha también cree en la garantía del debido proceso, en el derecho a la defensa del que gozan incluso los criminales más siniestros? ¿Es posible negar que el derecho a la defensa en juicio emana de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el único marco valorativo desde el que los ataques del 11-S pueden ser inexorablemente condenados, sin ninguna otra consideración? ¿La exaltación de la venganza clandestina no es, finalmente, una aprobación de una guerra sucia en que cualquier conducta es esperable? Como ocurría con las justificaciones místicas de la guerra lanzadas por G.W.Bush, nos encontramos nuevamente frente a una “suspensión religiosa de la ética”, en que la adhesión a una Causa (por ejemplo, la seguridad, la democracia o la libertad) abre un estado de excepción en relación a las pautas éticas comúnmente aceptadas por el occidente moderno. No nos debería sorprender: desde el año 2001 se debate públicamente en Estados Unidos acerca de los casos en que la tortura estaría justificada. La celebración del asesinato de Osama Bin Laden parecería demostrar que para ciertos sectores de la sociedad norteamericana aquél debate ya está saldado.

3) La referencia a imágenes que son patrimonio de la memoria colectiva argentina. Una operación clandestina y silenciosa en el refugio de un supuesto terrorista (esta condición no fue probada por ningún Tribunal); el líder abatido en un supuesto combate, su cuerpo desaparecido y arrojado al mar desde un avión, la intervención militar norteamericana; ¿no son todas imágenes que remiten a nuestro acervo histórico más reciente? ¿No se involucran de alguna manera con la sensibilidad de los argentinos, haciendo que, de manera conciente o inconciente, muchos perciban a Bin Laden como una víctima? No es raro que ciertos sectores de la izquierda se concentren en la condena de Barack Obama y tengan pocas palabras para referirse a Osama. Osama es sin duda un tema espinoso, que preferirían no tocar, pues señala sus contradicciones más íntimas: la contradicción entre la justificación o comprensión de los movimientos que se reconocen anti-imperialistas, y la comprobación del salvajismo que muchos de estos movimientos son capaces de desplegar.