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21 de septiembre de 2012

Horizontes paralelos

Ahí están los dos. En alguna ciudad de la costa atlántica, en un cuarto donde antes sólo había un teléfono y donde ahora hay una planta con nombre, un poco de música, olor a vino y donde cada uno, a su manera, está creciendo sin darse cuenta 

Un sonido de balneario, con seguridad en la costa atlántica, anticipa esta historia que involucra a dos jóvenes. Paula de 27 años (que primero interpretó  Inés Efrón y ahora Paula Grinszpan) acaba de cortar con su novio y cree que no lo resistirá. Su desazón la conduce a una playa en que halla el más inesperado respiro. Allí conoce a Lucas de 19 años (un delicado David Szechtman). Es un pibe con su propia bandita, fanático del vino medio pelo, un tierno con apariencia sutil de heavy metal, que sabe escuchar y se presenta como un bastón en la atolondrada marcha de Paula. El le regala un demo con su música, ella a cambio lo invita a mudarse a su casa, a una habitación que pasará a sub-alquilarle. De esta forma empieza Demo, pieza teatral escrita y dirigida magistralmente por Ignacio Sánchez Mestre. 
La obra muestra el encuentro entre dos personajes que parecen irreconciliables en un comienzo, o al menos, compuestos de diferentes materiales. Ella es una chica en extremo sensible, fácilmente afectable, que por momentos pareciera que no puede con su vida. A veces es sacudida por una profunda sensación de inseguridad, desamparo o miedo. Otras veces es la risa frente a hechos insignificantes la que sujeta y sacude. Y esto es un buen pretexto para conducirlo a él a la incertidumbre. Un chico tranquilo que debe prestarle su oreja a las inquietudes de su improvisada compañera de casa, incluso aceptarla en su cuarto cuando la soledad expulsa a Paula del suyo, y ser el receptor de una excéntrica forma de seducir. 
Demo recorre estos particulares caminos de la atracción, en que los espectadores son envueltos en una atmósfera conocida, con personajes cercanos que cualquiera se ha cruzado por la vida, alguna vez. Pero enfrentados a situaciones cuyas resoluciones no se dejan intuir. Zizek explica que el amor no consiste en dos personas mirándose perdidamente, el uno al otro, sino dos personas mirando hacia un mismo horizonte. Quizá en este caso la fórmula podría adaptarse, para sugerir que el amor también son dos personas con la mirada abstraída, posada en horizontes paralelos. 
Demo no es una pieza sobre el amor, sino sobre el desamor y la reconstrucción. Sobre el abismo de lo potencial y los bosquejos en el aire de lo posible; sobre las ilusiones futuras y el material que reciben del pasado y del presente. 

Demo se presenta todos los jueves a las 21.30 en el Camarín de las Musas (Mario Bravo 969). La obra obtuvo el segundo premio del Concurso “Teatro y Rock” organizado por Argentores y la radio Rock&Pop en 2010. 

 NOTA PUBLICADA EN REVISTA CULTRA

4 de septiembre de 2012

Boquetes caseros


Detrás de los boquetes producidos durante el célebre motín en la cárcel de Caseros había un vacío arquitectónico que los convictos intentaron remendar. Gaspar Liebedinsky estudió este fenómeno y sus componentes materiales y los transformó en piezas de arte.

Gaspar Libedinsky es un arquitecto y artista cuyo trabajo ha encontrado más eco en el exterior que en su Argentina natal. Egresado de la exclusiva escuela de la Architectural Association en Londres, reseñado por revistas internacionales de arquitectura (como la influyente Domus de Milán), a sus 35 años reconoce que Cultra es el primer medio local que se interesa por su serie sobre la cárcel de Caseros, su proyecto más extenso (iniciado hace casi diez años) y más notable. Esta profunda exploración artística lo llevó a descubrir la historia del penal de Caseros que muestra un recorrido errante, modificado por la acción directa de los reclusos.

La cárcel se diseñó en democracia con buenas intenciones, concebida para albergar a encausados sin condena firme, cercana a los Tribunales para agilizar procesos legales. Estaba pensada para estadías de cuatro a seis meses, pero durante la última dictadura los militares la emplearon como una cárcel común, a pesar de que arquitectónicamente no estaba preparada para ello. “Al retorno de la democracia, los presos le demandaron al edificio lo que la arquitectura no podía ofrecer”, explica el artista y agrega: “Caseros tenía un sistema de celdas unicelulares, los presos pidieron que sean abiertas y entrasen en comunicación. Se les concedió esta licencia y tiempo después estalló un motín”. Según Libedinsky este acontecimiento disruptivo tuvo su significado: “La construcción de un sistema significó la destrucción de otro, de allí el exceso del motín”.

La obra del artista se concentra en un elemento muy simple pero cuyas consecuencias son bastante complejas: el boquete en la pared. “Durante los disturbios, la posibilidad súbita de vincular diferentes celdas, diferentes niveles e incluso conectarse con el exterior, volvía al boquete un sistema de comunicación insuperable, capaz incluso de revertir el efecto panóptico”. El panóptico que nombra el arquitecto, un concepto extraído de la jerga de las ciencias sociales, refiere a un sistema bajo el cual los convictos se sienten vigilados sin necesidad de que efectivamente sea así.

“La cárcel es el uso más extremo de la arquitectura, que genera una vivencia en que el espacio se consume. En todo el mundo las cárceles no son parte de la ciudad, suelen ser federales, es decir, son un vacío en la ciudad”, sentencia Gaspar Libedinsky para justificar su interés por las prisiones y las transformaciones espontáneas en la arquitectura que fuerzan sus habitantes. “Considero a Caseros, por la adaptación que ha sufrido de los habitantes, uno de los edificios más extraordinarios de Buenos Aires”, agrega.

Para su proyecto, el artista consiguió la ingeniería necesaria para cortar un pedazo de pared que exhibiera un boquete y llevarlo al Rosedal. En el traslado filmó a través del orificio, volviéndolo una lente que mira Buenos Aires. Se registró entonces el trayecto vertical del boquete cuando es bajado del edificio, y su traslado horizontal hacia un nuevo sitio desde el que se contempla lo que el autor denomina “una vista hedonista de Buenos Aires”. La serie continuó con una videoinstalación en que, golpe a golpe, el artista diseccionó una pared convirtiendo a la acción en una performance arquitectónica, dinámica y física. “Posteriormente hice una recreación de esta maniobra para la apertura de la película El hombre de al lado”, cuenta el arquitecto.

En la muestra Productos Caseros, exhibida en el Museo de Arquitectura y Diseño en julio, se expusieron además dos obras sitio-específicas. Se trató de orificios sobre la pared que permitían espiar el exterior y que reconectaban a la sala del museo con su contexto. El autor justifica esta obra mínima por la ubicación del edificio: “El afuera es un lugar complejo: Avenida del Libertador y Callao, la intersección de una Buenos Aires opulenta con la Villa 31, las vías del tren, los márgenes”.

La serie sobre la cárcel de Caseros se completa con fotografías de Buenos Aires vista a través de diversos boquetes, y un registro audiovisual de la operación quirúrgica para extraer el pedazo de la pared del penal. Recientemente se sumó la obra Cuckoo, que es una cajita de pájaro con su agujero tapiado. Una película es proyectada sobre la fachada de la caja en que el agujero se vuelve a componer. Para Libedisnky, el video de la reconocida videoartista norteamericana Heidi Kumao “genera las posibilidades espaciales negadas por la materialidad de la casa” y agrega: “Es otra muestra de arquitectura mínima, que es uno de los ejes de mis trabajos recientes”.

El arquitecto narra con orgullo su versatilidad para pasar de diseñar obras de escala urbana como el High Line Park (Nueva York), un parque creado en la plataforma de un viejo ferrocarril elevado sobre el nivel del suelo, al minimalismo de sus creaciones anteriores: Arquitectura para el pie y Mr. Trapo. En la primera se produjo una serie de alfombras con recortes de secciones específicas que, debidamente plegadas, adquirían una forma similar a una pantufla; en la segunda, el artista adquirió, de mano de los informales “trapitos” que cuidan autos en la calle, franelas y trapos rejillas con los que elaboró prendas de vestir de acuerdo a lo que cada tela le pedía. “Unas pedían a gritos ser traje, otras cardigan”, recuerda.

El artista reconoce que ha transitado caminos en que ningún otro artista se interesó: “Debo ser la única persona que tuvo una propuesta en torno a la preservación de la antigua cárcel. Lo interesante es la superposición del diseño original con el operado por los internos, que nos permite hablar de un diseño hecho por fases”. La obra del autor exhibe esta preocupación por la forma en que las personas generan identidad y se apropian de los espacios físicos con los que se encuentran. Así es como el autor alcanza su objetivo perseguido: operar en el espacio público-privado mediando entre la escala urbana y la intimidad del cuerpo.

Nota publicada en revista Cultra de Septiembre.