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26 de octubre de 2012

"Desconfío de la televisión cuando se propone como modernizadora"

Franco Torchia estaba trabajando en el departamento de prensa de la fundación Proa cuando fue sacudido por una noticia inesperada: luego de 9 años, TBS (Turner Broadcasting System) tenía la intención de relanzar el programa de citas Cupido y tenerlo al locutor nuevamente en la conducción. “Desde que empezó en Muchmusic en el 2001 hasta el día de hoy (pero incluso antes de que saliera en TBS) la gente asocia mi voz con Cupido. Esto podía ser molesto; pero al enterarme de que íbamos a volver, esa asociación empezó a entusiasmarme”, cuenta Torchia, no sólo la voz sino también el alma de ese programa que entregó a una generación momentos insuperables de risa, curiosidad y expectativa. 
El show televisivo está realizado por artistas sensibles y talentosos. La idea original y producción corre por cuenta de Gastón Duprat y Mariano Cohn, quienes además obtuvieron reconocimiento en la pantalla grande por El artista (2008), El hombre de al lado (2009) y Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo (2010).


Cupido fue descontinuado en el año 2003 cuando el formato ya se encontraba desgastado luego de 3 años de éxitos. Muchmusic optó por volver a ser “un canal de videoclips para acompañarte en la sala de espera de un consultorio” – ironiza el entrevistado. Turner lo rescató con una mirada comercial y en la espera de cumplir con las expectativas de los fanáticos en Facebook que clamaban por el retorno. “Una cita a ciegas en la era digital resulta aun más desafiante. Aunque al principio la idea me resultaba rara (porque las redes sociales hacen que ya ninguna cita sea completamente a ciegas) después empecé a ver su atractivo” – explica el conductor de Cupido.
Sin embargo, Torchia reconoce cuáles son los riesgos de las segundas partes. “Desconfío de la televisión cuando se propone como modernizadora. En ese sentido me resultó importante mantener el formato original; sin duda renovado, pero sin hacerse los techies. El programa actual podría ser bien de hace 20 años, conserva esa estética retro”. 
Como es imposible pasar por alto los parecidos, Torchia encuentra inspiración en Roberto Galán y su “Yo me quiero casar…”, programa que al igual que Cupido versaba tanto sobre el encuentro como sobre el desencuentro. “En ese sentido Galán y Cupido son muy realistas. La vida misma está marcada por el desencuentro”, reflexiona Torchia, quien adicionalmente se encuentra escribiendo una biografía de su referente Roberto Galán.
Despejando toda duda posible, el entrevistado sostiene que es mínima la intencionalidad a la hora de elegir los participantes. Sólo se tienen en cuenta datos sociodemográficos como la edad, la zona donde viven y algunos gustos en común. “Uno de los episodios más interesantes fue cuando participó un ciego, quien finalmente no encontró coincidencia con la chica Durante el transcurso de la cita, él le habló a ella de su condición. Nosotros no buscamos esto a propósito, para sumar melodrama. Nunca pedimos fotos del participante y recién nos enteramos en el estudio. Esto demuestra que no hay maldad en la propuesta. No elegimos a un pibe con labio leporino para que lo repita TVR”,  explica el conductor.
El hombre que le pone la voz a Cupido encuentra que la clave de su trabajo consiste en “dejarse llevar por la intuición y por el momento”, y aunque una parte de su intervención como locutor esté previamente estructurada, muchas de las genialidades que han quedado grabadas en la memoria de una generación han sido el producto de su capacidad de improvisación y apertura al momento.

Publicado en Revista Cultra

12 de octubre de 2012

Tres películas

Ostende, Los Salvajes y Papirosen en el Malba

En el el cine del Malba se proyectan actualmente tres películas independientes argentinas que han pasado por la cartelera del BAFICI. Se trata de Ostende, de Laura Citarella, Los salvajes, de Alejandro Fadel y Papirosen, de Gastón Solnicki. Los films muestran una vez más, tal cual es el caso de El estudiante (producida por La Unión de los Ríos, la misma productora que realizó el film de Fadel,) cómo jóvenes directores pueden hacer buen cine con bajo presupuesto y escaso o ningún subsidio del INCAA. A su vez se trata de obras que capturan la atención de un público que, aunque no sea masivo, es constante y comprometido en salas que aseguran proyecciones curadas de calidad como el caso del Malba, la Lugones o el Centro Cultural General San Martín

Incluso pareciera haber una continuidad en la propuesta: el thriller localista que introdujo en el cine independiente argentino El estudiante se percibe tanto en Ostende, como en Los salvajes. En la primera, se arriba a lo detectivesco a medida que el clima se va enrareciendo. La protagonista (una joven que gana en un concurso radial una estadía en el balneario homónimo) descubre una extraña relación de a tres en el mismo hotel donde se aloja. Las conductas de estos personajes se tornan difíciles de leer y las sospechas en aumento alejan al film de esa zona de observación detallista que favorece la descripción por sobre la narración para acercarla a la tensión de una trama de intriga. En Los salvajes transitamos la fuga de un grupo de jóvenes delincuentes y marginales que se internan en el monte luego de quebrar la seguridad de un instituto de menores y disparar contra sus perseguidores. La película abandona rápidamente lo policial para dotar a los personajes de un aura providencial y épica, momentos de epifanía y, a veces, una construcción demasiado idealizada e intelectual de personajes pesados y siniestros.

Papirosen comparte también algunos rasgos con Ostende: su contemplación, la búsqueda minimalista de grandes sentidos en pequeños gestos, y algunos misterios de difícil acceso. Sin embargo, los materiales empleados y la intervención que realiza Solnicki son radicalmente distintos a los de las otras dos. En Papirosen el director nos muestra diferentes escenas familiares utilizando la técnica de found footage (el trabajo con archivo y materiales caseros), grabando a sus parientes de manera espontánea y direccionando algunas acciones puntuales. Se muestra una intimidad plena, fresca y rebozante de historias, en que se exhiben los aspectos más tiernos pero también los más patéticos de una familia de clase media, y que sin duda despierta el gusto voyeur del espectador. La historia de la diáspora judía aparece representada en una trayectoria familiar, con toda la complejidad que se plasma en los (al menos) tres idiomas que se oyen en diálogos y en la banda sonora: idish (el idioma diaspórico), polaco (el idioma del país de acogida), hebreo (el idioma fundacional).

Las tres realizaciones demuestran la vitalidad del cine independiente argentino y son una prueba de que las películas del BAFICI pueden exceder el marco de este festival y permanecer en cartelera aunque sea en pantallas especializadas. Hay una ventaja de la que goza el espectador del Malba en algunas ocasiones. Al culminar la proyección tanto de Ostende como de Papirosen, los directores contestaron preguntas del público. Aprovechable.

Publicado en Cultra

2 de octubre de 2012

Filosofía entre copas



Martín Narvaja, filósofo del CONICET y sommelier, cruza sus vocaciones en una charla sin interpretaciones hedonistas ni individualistas.
 

Aunque la especialidad de Martín Narvaja sea la filosofía de la física, y el tema que trabaja para su beca de doctorado sea la ontología de la mecánica cuántica, el egresado de Filosofía y Letras descubrió otra pasión en el arte del sommelier. “No me interesa el vino como objeto de estudio. Me atrae lo que tiene para decirme el vino sobre la filosofía y no al revés”, sentencia el doctorando.

Cultra: ¿Cuál es la vinculación entre la apreciación del vino y la filosofía?

Martín Narvaja: Hay dos formas de pensarlo. Una es una relación completamente externa. La variante más superficial es asociar un estilo de vino con un estilo de pensamiento. La segunda es ver la historia marginal del asunto. Una vez en Alemania un restaurador de iglesias me dijo que la gente siempre se preocupa por cómo se ven los edificios restaurados, nunca por cómo se oyen. El sentido de la vista está privilegiado. El vino te lleva a atender otros sentidos: el olfato y el gusto. Es posible construir una historia de cualquier cosa a través de los sentidos relegados. Y este relato no está escrito.

C: ¿Por qué no está escrito?

M.V.: La filosofía occidental tiende a pensar los objetos de una manera muy espacial, los objetos recortan un espacio. En el mundo de la apreciación del vino y la gastronomía eso no existe. El aroma funciona así. Ponele que te sirven un bife de chorizo. Lo tenés enfrente y lo ves; recorta un espacio. Pero el olor estaba mucho antes y se queda mucho después. Y se va yendo de a poco. El aroma organiza la realidad con nuevas dimensiones. Y entonces notás que el privilegio conferido a la visión como medio de conocimiento es un prejuicio.

C: ¿Existió un desarrollo en la apreciación del vino o lo que hoy catalogamos como “buen vino” es lo mismo que se apreciaba en otras épocas?

M.V.: Es una buena pregunta. En una entrevista a Marx y Engels se los interrogaba sobre su idea de felicidad. Marx respondió: “Luchar”. Engels arrojó un: “Château Margaux 1848”. Pasaron 160 años y Château Margaux suele ser uno de los vinos más exquisitos del mundo.

C: Hay cierto tradicionalismo entonces en el saber sobre la materia.

M.V.: Si la apreciación del vino ha cambiado, lo ha hecho para peor.

C: De eso te iba a hablar: de la posmodernidad en el mundo del vino. ¿Es una categoría pertinente?

M.V.: Sí. Hoy tenemos verdaderos vinos de escritorio o de diseño. Diseñados para no tener defectos. Pero se trata de un producto superficial, con un misterio a un centímetro de la superficie para que el consumidor lo encuentre rápidamente. Y no logran emocionarte. Esos serían vinos posmodernos.

C: En relación a la posmodernidad, ¿hay una reacción frente a la globalización en que se reivindica el vino por encarnar lo local?

M.V.: Muchas veces la reivindicación de lo autóctono o de lo artesanal es una pose del marketing. Pasa mucho con los vinos orgánicos: puede ser un invento publicitario o condecirse con la realidad. La filosofía del vino orgánico es usar sólo la levadura que ya está en la uva, sin añadirle otra genérica. Entonces el vino sale con una personalidad muy local. Es un reflejo exclusivo de ese lugar, y por las variaciones climáticas, de ese año. El vino orgánico es como una mujer para enamorarse: llena de virtudes y llena de defectos. Si el año fue malo, si hubo poco sol o mucha lluvia, se rescata un vino con esa memoria de sufrimiento, con la que también vienen virtudes. Con una producción más controlada, quizá elimines defectos; pero también perdés el alma. 

C: En lo que se escribe sobre el vino pareciera entreverse una mirada hedonista del mundo.

M.V.: El vino y la gastronomía tienen que ver con pensar la propia vida. Sin embargo, hay toda una idea del placer individual que es muy funcional al sistema. Argumentos tipo “la revolución pasa por el disfrute”. Es hedonismo individualista. Una verdadera filosofía del vino es pensarlo como un producto que sólo se puede disfrutar en compañía.

 Nota publicada en Revista Cultra