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19 de febrero de 2012

17 de febrero de 2012

Alegato en contra de los corsos porteños


Estoy descansando tranquilo en mi casa cuando soy despertado de forma súbita por un sonido ensordecedor que provien de la calle. Se escuchan bombos, gritos, trompetas y se me viene a la cabeza la barra brava de Chacarita probablemente apostada en la esquina. Salgo inmediatamente a auxiliar a mis vecinos. Estoy confundido. Ninguna hinchada. Se trata de uno de esos piquetes con mala música y pésimo gusto que llaman corso.

Apenas alcanzo el lugar, soy abordado por una pandilla de niños en edad escolar que me empiezan a atacar con lo que tienen a mano, es decir, espuma y pistolas de agua. Me encuentro desarmado, lo que hace mi situación aun más precaria. La pandilla identifica el flanco más débil y me ataca a los ojos.

Se trata de una banda anárquica, sin jerarquías, de tal manera que no hay un cabecilla con quien negociar mi rendición. Además se nota que han planificado el ataque: tienen el rostro cubierto con purpurina, pintura, quizá para no ser reconocidos en una rueda de sospechosos.

Atrás hay unas señoras que parecen las madres de los críos. Intentan que los pibes depongan su actitud: "Tirale sólo a los que están jugando. No le tires al señor". El infructuoso pedido de la madre me hace acordar a los ruegos de la ONU dirigidos a EEUU: "Por la vía diplomática, por la vía diplomática", que se suceden con la decisión de EEUU de ir por la vía militar.

Concluidas las agresiones estimo que lo mejor que puedo hacer para preservar mi integridad es conseguir yo también un tubo de espuma. A modo de autodefensa. Me dirijo a comprar uno y me dicen que un tubo cuesta 20$ con el choripán.

- Quiero sólo un tubo

- Viene sí o sí con el combo. Lee el cartel. Espuma + chori 20$.

Me empiezo a poner nervioso. Con la promoción te obligan a participar de su festejo. De repente me encuentro a mi mismo comiendo un choripán mientras veo como ese ejército de espásticos al que llaman murga avanza por un corredor central, sus participantes dando patadas al aire y haciendo gestos incomprensibles sin propósito aparente.

Qué terrible es eso de las mascotas a las que subyugan! Es decir, el fenómeno de lo padres murgueros que someten a sus nenes de 2 o 3 años a disfrazarse casi tan ridículos como ellos mimos y forzarlos a caminar con los otros indecorosos "bailarines".

Mi mente persiste en estas reflexiones, cuando veo una imagen que me perturba. Entre la multitud identifico a uno de mis agresores acompañando a la columna. Atravesado mi cuerpo por un rapto vindicativo, salto las vallas metálicas, me dirijo en dirección al niño, lo reduzo y le vacío el tubo de espuma en ojos, oídos y nariz (orificios donde la aplicación de espuma está contraindicada), haciendo justicia por mí y otros peatones damnificados. El público se estremece, pero no precisamente para alentar mi valeroso acto. Para mi asombro prefieren alinearse con el pequeño maleante, lo defienden y cuestionan mi accionar. Increible.