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28 de noviembre de 2012

Notas para una ciudad deseable (mi experiencia en Santiago con fotos)

Una vez oí de boca de un antropólogo que las ciudades en la ladera de cordones montañosos solían ser más ordenadas y prolijas. Se lo atribuía a cosmovisiones originarias adornadas con explicaciones psico-sociales sobre la significación con que se cargan elementos del espacio físico.  La observación se justificaba por el hecho de que la presencia abrumadora de la cumbre maciza conducía al poblador a tomar conciencia de su fragilidad y pequeñez. De alguna manera, la montaña, compañía constante y sobrecogedora, posibilita el desarrollo a su lado de núcleos urbanos severos y disciplinados. Allí las transgresiones no ofenden únicamente a la comunidad humana sino que, adicionalmente, pueden despertar la ira de esas fuerzas indecibles que habitan (o son en sí mismas) la roca imponente que vigila a los pobladores.

Santiago, ciudad limpia y ordenada, transmite esa sensación. Los santiaguinos demuestran haber internalizado la norma social, a diferencia de los porteños, tan afectos a la transgresión siempre que no los detiene una amenaza directa de sanción. Uno desconoce en qué medida la rectitud chilena no ha sido moldeada por una de las más largas, laboriosas y sangrientas dictaduras que conoció América Latina, y espera que tal asociación no exista.

Santiago está diseñada antes para el automovilista que para el peatón o, al menos, no es una ciudad amistosa con quien desee caminarla. Atravesada por varias avenidas que hacen las veces de autopistas, Santiago tiene de modelo a Los Angeles más que a Nueva York. Debe decirse que es una urbe menos integrada que Buenos Aires, más fragmentada y tan polarizada como la sociedad chilena que la contiene. Sin embargo, el balance es positivo y quisiera rescatar algunos conceptos de urbanismo y arquitectura que me llamaron poderosamente la atención en mi visita a la capital chilena:


En Santiago abundan los ciclistas. Es llamativo que con tan nutrido número todavía no se animen a circular por la calzada y lo hagan, casi exclusivamente, por la vereda. De esta manera compiten por el espacio con los peatones. Probablemente, las calles son estrechas y conquistar la arteria no sea fácil. 

Por lo pronto, se registran varias instalaciones para facilitar la accesibilidad de las bicis. En la foto a la izquierda, un extenso bicicletero a la entrada de un shopping mall.


Aunque Santiago no se caracteriza por pensar mucho en el peatón, en algunas bocacalles céntricas se observa el siguiente paisaje. En vez de que sea la calzada vehicular la que se continúa y la vereda la que es cortada por la calzada, en la foto encontramos lo opuesto. Aquí es la vereda (peatonal) la que tiene continuidad de una manzana a la otra. De esta manera, el peatón puede continuar su paso (sin bajar cordones), mientras que el auto debe desacelerar su marcha para subir y bajar una pequeña loma de burro. Se privilegia el paso del peatón por sobre el paso de los automóviles, al tiempo que se baja la velocidad de circulación del transporte motorizado.




La bocina de los autos tiene por único propósito advertir al prójimo de una situación de peligro. Sin embargo, es el uso menos frecuente y, en general, se recurre a ella de manera indebida. Los bocinazos injustificados abundan en las ciudades contribuyendo a la contaminación sonora y postulando como necesaria la impaciencia, la ansiedad, la intolerancia hacia el otro, la prepotencia.

Una prohibición directa de usar la bocina en áreas seleccionadas es una señal clara por parte de la autoridad pública de que el bocinazo es conducta desafortunada y a todas luces censurable.



Cuando la convivencia entre peatones, ciclistas y automovilistas se torna compleja en el entorno masificado y concentrado de la megalópolis, una buena opción es la construcción de vías en varios niveles. En la foto se observa una pasarela de vidrio que permite el acceso a un shopping mall. Avanza por encima de avenidas cargadas en que los autos circulan a alta velocidad. La utilización de diferentes niveles no debe impedir contemplar como prioritario que sean los peatones y ciclistas los que ocupen espacios abiertos, mientras es recomendable que se apueste a descongestionar el tráfico proporcionando a los automovilistas túneles, corredores y estacionamientos subterráneos o construidos a altura.



Algo llamativo de Santiago son sus veredas anchas, que no evidencian un propósito funcional (permitir la circulación de más peatones) sino que apuntan a la calidad de vida. En este caso la mitad de la vereda se destina a la circulación, la otra mitad muestra un corredor verde, repleto de plantas de diferentes tipos, agradable para la vista y el olfato y que modifica para bien la experiencia de circular por las calles.





 
Otro aporte al paisaje de la ciudad: la fijación de paneles herbóreos en las fachadas de edificios. Cambia el tono general del paisaje al mismo tiempo que relaja la visión del transeúnte y contribuye al saneamiento del aire que respiramos.



En las dos fotos siguientes observamos esculturas en la vía pública, a la entrada del moderno Centro Cívico de Las Condes. Se trata de una obra de arte participativo, en la medida en que el transeúnte tiene permitido experimentar la obra en un nivel sensorial más cercano, como hice yo sentándome en ella. El arte participativo está convencido de que la obra sólo se completa con la intervención activa del espectador (que, paradójicamente, abandona su lugar de espectador). Esto es aún mejor si quien promueve la invitación a acercarse a la escultura es un gobierno municipal, en la entrada de su edificio central.



Chile no tiene una comunidad judía muy nutrida. No obstante una escultura que representa, en un código visual contemporáneo, un candelabro judío entrega una cálida bienvenida a un visitante de este origen étnico, como es mi caso. Fue agradable su encuentro e interesante que estuviese en el medio de la calle, sin ningún tipo de protección y que aun así no hubiese sufrido ningún daño.









Un pasamanos que conserva el eje vertical, pero se abre como un haz en tres, para permitir que lo sujeten varias personas de manera simultánea. Un buen detalle que muestra atención hacia las pequeñas necesidades de los pasajeros del subte, y una muy efectiva combinación de funcionalidad y estética.




Hermoso y colorido mural en zona céntrica, contra una pared que de otra manera hubiese mostrado una superficie gris e inexpresiva.










Una práctica que ya hemos visto en parques porteños: entregar sombrillas a los visitantes que anhelan tomar sol. Una contribución a la recreación pero también a la salud de los ciudadanos.









Aunque la sociedad chilena sea más conservadora que la argentina, en algunos aspectos sorprende. En la foto se observa una cafetería en el centro de Santiago que vende un Smoothie de marihuana. Y lo promociona con una planta de la variedad sativa colocada en la vidriera.

1 comentario:

  1. te recomiendo que vayas a la poblacion la jose maria caro, la victoria, la legua. Sos demasiado elitista querido

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