A los que todavía no leyeron “Una crítica a la masa” de Estefanía
Iñiguez, les recomiendo que lo hagan, por las sorpresas que encontrarán. Se
trata de un texto torpe, burdo, que parece escrito por una persona no
escolarizada y en que la autora se anima con toda tranquilidad a hablar de
tópicos de movilidad sustentable y urbanismo sin demostrar (por lo menos en su
escrito) signos de estar mínimamente informada sobre la materia. Pero escribir
en blogs pedorros es gratis y cualquiera puede hacerlo. Justamente el artículo
fue publicado por la Revista Paco, el medio de esa suerte de patota skinhead de
las letras que a veces invita a participar, para dar rienda suelta a su
efervescencia romántica de corte bávaro, a mononeuronales como la citada
Iñiguez. La autora, probablemente producto de la ignorancia, cree
que el tema ambiental apunta a la extinción de especies exóticas y no al
cáncer, las enfermedades crónicas y la calidad de vida.
El artículo realiza un número de inferencias tan burdas que parecen
sacadas de un show malo de stand up. Que los que participan de la Masa Crítica
son palermitanos (¿y?) o que quieren fluir y que los dejen pedalear
tranquilos. Engolosinada en la creación de estereotipos, Iñiguez omite lo más
importante: 1) que en jornadas recientes de este evento, automovilistas
atropellaron de forma premeditada a ciclistas porque no supieron esperar 10
minutos a que pasase el total del contingente; 2) que la prepotencia e
impaciencia que demostraron los agresores, es la que exhiben de
forma cotidiana gran parte de los automovilistas contra peatones y ciclistas.
¿Pero qué es más importante defender: la desestimable integridad física de un
ciclista o la certeza fundamental de que ningún automovilista será, nunca más,
demorado en una esquina?
La Masa Crítica es una manifestación que se orienta a la
visibilización del ciclismo urbano. Como en toda manifestación se cortan las
bocacalles para garantizar la seguridad de los participantes. Esto ocurre tanto
en una marcha de la CGT, de la CTA, de un partido político o del Orgullo LGTTB.
Ninguna de estas marchas se detiene frente a un semáforo en rojo; todas ellas encargan
a personas taponar las esquinas para proteger a los manifestantes. La Masa
Crítica no es la excepción. Sin embargo, es la única en ser cuestionada por
hacerlo. Iñiguez, con su limitado entendimiento, interpreta que la MC “bloquea
el tránsito” y no que sus integrantes se manifiestan con los mismos métodos que
cualquier otro colectivo. Se podrá alegar: la CTA o la CGT marchan con reclamos
puntuales, no así la MC. La MC apunta a cuestiones centrales en los modos en
que un grupo dominante ejerce poder sobre otros a través de la planificación
urbana, tal como explicaré a continuación.
En ciudades latinoamericanas en que la congestión vehicular es caracterizada por urbanistas como un problema severo, cada auto (que conduce a un promedio de entre 1,2 y 1,4 personas) ocupa el espacio de entre 6 y 8 bicicletas. Cada auto particular ocupa el espacio aproximado de 13 personas transportándose en colectivo. El uso de auto particular como medio principal de transporte es la forma más acabada del individualismo que Iñiguez cuestiona en su texto (dice la autora “me parecen sujetos atrapados en su individualidad, incapaces de identificar que su fluir trae consecuencias” para referirse – contengan la risa- a los ciclistas en vez de a los automovilistas).
El automovilista no parece interesarse por el costo colectivo de su opción
privada de transporte. Sería más deseable, en cambio, un modelo que priorizase
el transporte público y el alternativo y desalentase el uso de auto particular.
En este sentido, la medida más efectiva es reducir la disponibilidad de espacio
gratuito y público para estacionar y los espacios de circulación de autos
particulares. Estudiosos estiman que el espacio gratuito para estacionar es un
regulador directo del volumen de vehículos y que, hasta cierto punto, la
circulación se ajusta al espacio disponible correspondiente (esto es: cuanto
mayor espacio disponible para autos, mayor cantidad de autos; cuanto mayor
espacio disponible para peatones, mayor cantidad de tránsito peatonal; cuanto
mayor cantidad de ciclovías, aumento de la circulación de ciclistas). Aunque estos objetivos deban alcanzarse a través de
políticas públicas, que la MC signifique un escollo en la marcha altiva de los
automovilistas, me chupa un huevo.
Iñiguez nos cuenta que los participantes de la MC están orgullosos de
que sus acciones carezcan de líderes y echa un manto de sospecha sobre el valor
de este fenómeno. Quizá se le pasa a Iñiguez, en su ignorancia, que la MC es
uno más de otros movimientos reticulares, autonomistas, basados en el concepto
de multitud, tal como Anonymous, el Copy Left y otros. Por lo tanto no hay nada
nuevo ni sorprendente en esta modalidad de acción colectiva. Sin embargo, la
autora, aun luego de reconocer esta heterogeneidad irreductible, esta ausencia
de voceros que tengan la palabra autorizada y representativa de la multitud,
aun así intenta adjudicarle una idea rectora (muy simplificadora por cierto) al
movimiento. Termina arribando al producto de su propia fantasía. “No
estamos contaminados por ninguna ideología -parecen decir- lo nuestro es genuino,
es real, nadie nos mete ideas en la cabeza, nadie nos obliga a estar acá. Sólo
queremos andar en bicicleta por la ciudad sin que nadie nos moleste porque
nacimos para pedalear”. Eso dice Iñiguez que dicen los participantes,
proyectando su propio imaginario infantil. Dado que no hay voceros ni
organizadores, no podemos adjudicarle una idea rectora monolítica a la MC. Lo poco que
podemos hacer es interpretar sus efectos observables: por única vez son los
autos los que deben acomodarse a la circulación de bicis. Y se revierte así la
situación que se registra en la calle todos los días: el elemento más débil del
tránsito, por la mera imposición de la fuerza y la materia, es el que debe
someterse al más fuerte.