
“Los Pumas emocionan porque son personas de alta extracción social que pudiendo entregarse al lujo prefieren fracturarse y revolcarse en el barro”. Este tweet fue el propulsor de una polémica que no desestimó comentarios ásperos y descargos de gente que, sin duda, se sintió tocada.
Es por ello que contestaré con mayor extensión la pregunta: ¿por qué nos emocionamos con los Pumas (nosotros=la sociedad)? Alguien podrá decir que esta premisa es engañosa, en cuanto que el fenómeno que destaco para el caso del rugby se presenta también en otros deportes. Que quede claro: la selección de fútbol nos apasiona; a los representantes argentinos en el basket los consideramos parte de una “generación dorada”, es decir, brillante, magnánima; el equipo de tenis nos parece heroico en sus hazañas. Pero el sentimiento de “plena y orgánica nacionalidad” que despierta en el público la entonación vibrante del himno por parte de los Pumas, no puede ser fácilmente rastreado en otros deportes. En este texto contestaré la pregunta con la que comencé, pensando al rugby exclusivamente en su significado social.
Prácticas deportivas y sistema social
El sociólogo Norbert Elias desarrolla el proceso de esterilización y formalización de los juegos que entregó como resultado el nacimiento de los deportes modernos. Paulatinamente las prácticas atléticas fueron diferenciándose, prestándose como un campo conveniente para la inserción de modelos sociales cuyo objetivo era controlar “las pasiones y las emociones” (Dunning, 1994). Bourdieu (1993) afirma que en el deporte se reproducen fielmente las asimetrías presentes en la sociedad más amplia. En las dinámicas internas de cada juego se construyen modelos morales de virtud que esconden modos de ser de las clases sociales dominantes que confieren prestigio a dichos juegos.
Juan José Sebreli, el sociólogo argentino, señala el lugar privilegiado que tiene la virilidad y el vigor físico en los deportes elegidos por las clases altas. Esto se asocia con un “culto de la corporalidad” de origen aristocrático. Como legado histórico, las clases altas rinden culto al cuerpo porque el linaje en el que se imaginan se transmite sanguineamente. De allí que este culto a la corporalidad se exprese acabadamente en el rugby cuyas habilidades requeridas dependen marcadamente del vigor físico. También para Bourdieu la exaltación de la virilidad aparece mejor representada en el rugby que en otros deportes. Y esto guarda relación con un patrón dominante de valorización de lo masculino por sobre lo femenino, y de lo material por sobre lo intelectual (Barbero González, 1993).
El rugby, deporte preferido de la elite social, ofrece una matriz que sirve para modelar el espíritu de las futuras dirigencias. “Se construye un nuevo ideal que desdeña la erudición, y exalta la virilidad, permitiendo adquirir la hombría y el coraje” (Barbero González, 1993).
El rugby en las clases altas.
El rugby rememora el combate en campo abierto, actividad a la que, en algún tiempo, se dedicaba exclusivamente la nobleza. La guerra era una atribución y un privilegio de quienes mandaban. Sólo aquellos tenían la capacidad física y la valentía de someterse a los más duros padecimientos por propósitos que excedían la ganancia individual.
Este deporte sostiene entonces modelos de moralidad cercanos a lo militar, y permite reunir en un mismo terreno, por un lado, la condición de caballero (basada en el sacrificio, la lealtad, el respeto, el orden, los buenos modales) y, por otro, la agresividad (asociada a los rasgos naturalmente violentos de la práctica). ¿No es llamativa la coincidencia entre este modelo y el paradigma de “exitoso hombre de negocios”, cordial y atento en sus formas, agresivo en su práctica comercial?
Por otra parte, el rugby cuenta con un prestigio social atribuido, reconocido por los mismos practicantes de este deporte, y que muchas veces no puede desligarse de la exclusividad. Clubes de barrios suntuosos operan una discriminación socio-económica que no se materializa en ninguna formalidad concreta. También persisten entre los miembros de varias instituciones prejuicios antisemitas (de origen nacionalista), que se remontan a la xenofobia del patriciado que antecedió a las clases altas de la actualidad.
En resumen: el rugby reproduce la asimetría presente en la sociedad general y construye un modelo de virtud moral cercano al honor marcial, basado al mismo tiempo en la caballerosidad y la agresividad. Son estos los puntos a partir de los cuales los sectores dominantes buscan construir “valores nacionales y patrióticos”. La imagen de los rugbiers entonando el himno con la intensidad que amerita una batalla nos emociona; y, al mismo tiempo, es la antesala del chauvisnismo y la xenofobia.
Pero, ¿y de dónde la emoción?
Mi hipótesis personal es que el contraste entre las características del juego (violento) y de quienes practican este deporte (caballeros, líderes), sostiene la fantasía utópica por la cual “las personas de status elevado descienden al barro”, es decir, bajan a la suciedad, al esfuerzo, al desamparo e incluso al dolor físico de los desposeídos y relegados. Estos elementos contenidos en el juego "realizan" en el plano de la fantasía social un ideal de igualación que transgrede el impenetrable ordenamiento jerárquico de la comunidad existente. Es esta realización de una fantasía imposible la que moviliza la emoción del público general.
Referencias bibliográficas
BARBERO GONZÁLEZ, J. (1993). "Introducción". En Brohm J.M. (1993): Materiales de sociología del deporte. La Piqueta. Madrid
BORDIEU, P. (1993). "Deporte y clase social" (primera publicación en 1978), en Brohm J.M.(1993): Ob. Cit.
DUNNING, E. (1994). “Reflexiones sociológicas sobre el deporte, la violencia y
la civilización”, en Brohm J.M.(1993): Ob. Cit.