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22 de mayo de 2011

Freud, compilador de chistes judíos


Como nos pasa a todos, el primer evento que contacta a Freud con la comunidad judía es su circunsición. Este chiste con el que suelo abrir mis monólogos sobre judaísmo es una expresión de la fatalidad involucrada en la existencia: nuestro lugar en el mundo ya está delimitado antes de que lleguemos a él. Y apenas nacemos, este destino parcial es impreso en nuestro cuerpo. Pero la circunsición es también la marca impiadosa del cruel Padre de la Horda sobre el niño desvalido. Es una cuestión que ha sido suficientemente elaborada por Freud; en la mitología individual, la travesía consiste en escapar a la arbitrariedad del padre, enfrentarlo y, tal como Edipo, matar al padre omnipotente para que éste persista como nombre, como ley.

La circunsición es también una alianza, un recordatorio, que sustituye a un episodio que como ningún otro da cuenta de la arbitrariedad del padre: el sacrificio de Isaac. El final que imagina Woody Allen lo vuelve un verdadero paso de comedia, con el Todopoderoso recriminándole a Abraham: “Yo te digo en broma que sacrifiques a Isaac y tu corres en seguida a hacerlo. No tienes ni un poco de sentido del humor. Parece mentira”.

El padre de Sigmund, Jacob Freud, era un judío ortodoxo de la rama del jasidismo. Sin embargo, Freud creció apartado de la observancia religiosa, entre seculares. Su interés por el judaísmo tenía un cariz cultural y hasta científico. La pregunta por la identidad y la pertenencia estuvieron, sin embargo, siempre abiertas. Así lo expone él mismo: “Puedo decir que estoy tan apartado de la religión judía como de todas las demás religiones; o sea, tienen para mí gran significación como tema de interés científico, pero no participo afectivamente en ellas. En cambio, siempre he tenido un fuerte sentimiento de pertenencia a mi pueblo y lo he alentado también en mis hijos. Todos nosotros nos hemos mantenido dentro de la confesión judía…” (publicada en Jüdische Presszentrale Zürich, 26/02/1925)

Freud era un judío vienés secular y de mentalidad cientificista, en una época en que los judíos estaban bien integrados a los círculos profesionales. Muchos de ellos renegaban o preferían olvidar su condición. El pionero del psicoanálisis era un judío de las fronteras, con un pie adentro y otro afuera, y sin saber bien de qué. Así lo expone en un chascarrillo que es relatado por Theodor Reik. Cuando la oficina de impuestos de Viena le envía una nota sugiriéndole que quizá no había declarado todos sus ingresos, ya que su fama iba más allá de las fronteras de Austria, Freud responde: “Precisamente, fuera de las fronteras de Austria es donde empieza”. El interés por pensar el adentro y el afuera queda bien retratado en la última obra del psicoanalista, Moisés y la religión monoteísta. Su postulado, nunca bien demostrado científicamente, parece otra notable muestra de humor judío: Moisés no sería hebreo sino egipcio, no sólo extranjero sino incluso de la nación opresora. Pero el pueblo judío, ante la ausencia de liderazgo, lo adoptó como dirigente de cualquier manera.

Quedándonos en la cuestión del humor, es sorprendente la enorme cualidad de Sigmund Freud de extraer aprendizajes psicoanalíticos del humor judío. Gran parte de los relatos que aparecen compilados en El chiste y su relación con el inconciente pertenecen a la tradición folklórica judía y son empleados por Freud para exponer mecanismos primarios, propios del sistema inconciente. Por ejemplo, el chiste del diálogo entre una idishe mame y su hijo: “Para que me mientes diciendo que vas a Cracovia para ocultar que vas a Varsovia si realmente vas a Cracovia”. El chiste es posteriormente retomado por Lacan y sus discípulos para exhibir un aspecto propio de la identidad: ésta siempre entraña un doble reflejo especulativo en que queda perdida la esencia, el aspecto nouménico tras el fenoménico. El velo no funciona ocultando un objeto más profundo sino la ausencia misma de profundidad. Otro de los cuentos empleados por Freud para exponer que no existe negación en el inconciente es el de los judíos y la vasija: uno le presta a otro una vasija y éste se la devuelve rajada; el acusado se defiende: “en primer lugar no te devolví la vasija rajada, en segundo lugar ya estaba rajada cuando me la prestaste y en tercer lugar, nunca me prestaste ninguna vasija”. En el inconciente no hay valor de coherencia y ese criterio sólo puede estar resguardado por algún principio externo, el principio de realidad. Pero sin adentrarnos en aspectos teóricos, la inclinación de Freud por estudiar los mecanismos inconcientes en chistes, muchos de los cuales forman parte del acervo cultural judío, hablan sin dudas de la conexión de Freud con su identidad. Esto nos permite afirmar a Freud como un brillante compilador de humor judío.

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