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19 de febrero de 2013

Django Unchained vs Zero Dark Thirty

Un abismo temático, argumental y estilístico separa a Django Unchained de Zero Dark Thirty (traducida aquí como La noche más oscura). La primera una buddy movie para algunos, western spaghetti para otros, retratando la venganza de un liberto negro en el período más cruel del esclavismo norteamericano. La segunda, un thriller protagonizado por agentes de la CIA sobre la búsqueda y captura de Osama Bin Laden basado, según se advierte al comienzo, en hechos reales y cargado de una previsible polémica sobre la “representación artística de la tortura”. Los films tratan cosas muy distintas; sin embargo, estrenados en Argentina con escasos días de diferencia parecerían participar de un diálogo, como si cada película hubiese sido elaborada para responder a la otra. Las dos obras rodean, sin rozarlos, a los mitos fundacionales de la historia norteamericana y, por lo tanto, cada uno sustenta sin ambages una visión ideológica contrapuesta. 
El núcleo central del enfrentamiento entre Django y Zero Dark Thirty podría resumirse como sigue. A nivel del texto interpretado, Django Unchained dice: "La esclavitud fue efectiva para hacer crecer la riqueza de una nación. Pero está mal". En cambio Zero Dark Thirty dice: “La tortura está mal. Pero fue efectiva para resguardar la seguridad de una nación". El desencuentro postulado entre las películas recuerda a un debate suscitado en la realidad ficcional de Southpark, el pueblo donde transcurre la serie animada con el mismo nombre. La idea de reflotar la antigua bandera del condado que muestra a blancos ahorcando negros, despierta una polémica de orden público. Cuando se consulta a la gente en la calle hay quienes sostienen: “La bandera es racista, pero es tradición”, mientras que otros afirman: “La bandera es tradición, pero es racista”. La moraleja es clara: el orden en que se colocan los argumentos articulados por el “pero” produce la intencionalidad de izquierda o de derecha. La manera en que cada película administra sus “peros” es en definitiva el sesgo que le imprime, el guiño que le hace a la audiencia que requiere necesariamente de identificarse ideológicamente con el film si lo que busca es disfrutarlo. 
Zero Dark Thirty hace su aporte a una polémica norteamericana (de esas que Estados Unidos no puede compartir con el resto del mundo) sobre los casos excepcionales en que estaría justificada la tortura, es decir, los escenarios extremos que habilitarían una “suspensión de las pautas éticas universalmente aceptadas”. Si la tortura fuese la única vía de obtener información para desbaratar un atentado que se cobraría la vida de cientos de civiles, ¿no estaría justificada? ¿no sería inhumano seguir abrazando pruritos éticos abstractos cuando está en juego la vida de inocentes? Como bien dice Zizek, tan sólo formularse esta pregunta habla de un descenso de los estándares éticos de una sociedad. Más sana es la sensación “dogmática” de que la tortura no puede ser siquiera discutida y que la pregunta debe ser rechazada de raíz. 
Zero Dark Thirty abona las anteriores preguntas con sobriedad, sin la excitación triunfal o megalomanía que se observa en otras películas bélicas norteamericanas. La forma en que se presenta el “enhanced interrogation” (interrogatorio intensificado, eufemismo de la CIA para referirse a la tortura) hace que pueda ganar aprobación en círculos liberales, profesionales y educados: el verdugo es un joven de barba, doctorándose en especialidad desconocida, canchero pero sin ser sobrador, que combina agresividad con gestos amistosos hacia los cautivos. Luego es reemplazado en la aplicación de tormentos por Maya, joven hermosa y llamativa que abandona los estereotipos de la feminidad en aras de sus responsabilidades con la patria. ¿Existe un argumento más seductor que tanta juventud, éxito y belleza juntos? Eso la vuelve perturbadora. En Django, por el contrario, es precisamente la indignación frente al tormento el marco en el se muestra una Estados Unidos de abundancia, haciendas prósperas, jardines decimonónicos y dinero hasta para los delincuentes, reposando la clave narrativa en el secreto índice que vincula la prosperidad con el sufrimiento humano organizado.

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