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19 de octubre de 2011

Subjetividad + modernidad

Como en la masturbación en el caso de Freud, los capitalistas podrán acumular compulsivamente riqueza en base a la explotación del trabajo ajeno en cuanto una ilusión fetichista borre las huellas de esta escisión constitutiva del sistema capitalista; es por eso que el intercambio equivalente y la libertad formal de los individuos en el capitalismo no son lo contrario a la explotación sino su otra cara. Esto explica que entre la acumulación de riqueza y la masturbación se encuentra el fetiche.



Con respecto a la cuestión del plusvalor pasa algo muy particular que ya señalamos en el caso de la ideología. Para terminar con la explotación no alcanzaría con que los trabajadores obtuviesen un pago en el que se les retribuyera la totalidad de su trabajo de manera tal que se mantuviera la forma valor pero se suspendiera la extracción de plusvalor; igual que en la figura del rostro y la máscara si suspendemos el plusvalor también perdemos el valor, la realización de la producción social tomaría una forma radicalmente distinta.


La mercancía, hay que ir todavía más lejos ahora, no es sólo la forma que toma el producto social y que, por lo tanto se limita a regular la dimensión de la producción y la distribución. Al permitir la igualación de objetos cualitativamente distintos, al permitir abstraer el contenido particular, la concreción de todas las cosas, la mercancía es la forma misma en que se organiza la subjetividad, esto es, la percepción y nuestras categorías del conocimiento. Como bien lo interpretó el sociólogo esloveno Slavoj Zizek sobre una lectura de Sohn-Rethel: “La forma-mercancía articula de antemano la anatomía, el esqueleto del sujeto trascendental kantiano, a saber, la red de categorías trascendentales que constituye el marco a priori del conocimiento objetivo científico”, y luego: “Antes de que el pensamiento pudiera llegar a la idea de una determinación puramente cuantitativa, un sine qua non de la ciencia moderna de la naturaleza, la pura cantidad funcionaba ya en el dinero, esa mercancía que hace posible la conmensurabilidad del valor de todas las demás mercancías a pesar de la determinación cualitativa particular de las mismas. Antes de que la física pudiera articular la noción de un movimiento puramente abstracto actuando en un espacio geométrico, independientemente de todas las determinaciones cualitativas de los objetos en movimiento, el acto social de intercambio ya había realizado ese movimiento abstracto “puro” que deja totalmente intactas las propiedades concreto-sensuales del objeto captado en movimiento.”

Lo que propongo ahora es que, en un espiral entre lo subjetivo-objetivo, así como la abstracción y cuantificación del pensamiento moderno se hicieron posibles sólo porque ese movimiento ya existía en la efectividad del acto social de intercambio, de la misma manera fue necesario para la afirmación de éste último que previamente el mundo fuera desmaterializado, borradas las huellas de la corporeidad por la impronta en la subjetividad de la moral cristiana. Así lo entiende bien Rozitchner cuando nos dice: ”Se necesitó imponer primero por el terror una premisa básica: que el cuerpo del hombre, carne sensible y enamorada, fuese desvalorizado y considerado un mero residuo del Espíritu abstracto. Sólo así el cuerpo pudo quedar librado al cómputo y al cálculo(...)”. El Espíritu abstracto al que se refiere el filósofo argentino capta la Idea a la que se remite toda actividad humana, el orden sobrenatural por el que el hombre actúa y deja de hacerlo. Como Idea que es, preexiste a la contingencia de la actividad humana. El concepto de libre albedrío, la presciencia de Dios, por la cual Dios conoce de antemano el resultado de nuestros actos y de nuestra vida pero aun así, por ser Bondadoso, nos permite actuarlos libremente, sería restituido en el recorrido de la Razón y el Progreso que imaginó el Iluminismo. La Bondad divina que se imprime en los actos de los mortales piadosos, prestaría su cuerpo al misterioso Valor del capitalismo, entidad abstracta que también se imprime mágicamente sobre todas las cosas de la tierra (acá es necesario recordar a Marx cuando nos dice: “Si digo que tanto el derecho romano como el derecho germánico son derechos los dos , afirmo algo obvio. Si digo, en cambio, que el derecho, ese ente abstracto, se efectiviza en el derecho romano y el derecho germánico, en esos derechos concretos, la conexión se vuelve mística”). Como dije antes, la sociedad feudal estaba atravesada por una rígida jerarquía vertical de estamentos que guardaban una profunda diferenciación desde el más bajo al más alto. Pero, y aquí nos interesa exponerlo como lo haría Althusser, cada sujeto ocupaba libremente su lugar en cuanto éste respondía a un mandato divino, un llamado, una interpelación de Dios a ocupar ese lugar para realizar una misión, pues desde el imaginario social feudal la vida mundana se organizaba en torno a la promesa de vida eterna. La profunda desigualdad entre los distintos sujetos era anulada en la simetría que cada sujeto guardaba con Dios, de la misma manera en que en el capitalismo todos somos interpelados como iguales por el Mercado, iguales por el Derecho.

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