La muerte
y la obsesión
La muerte está siempre presente en el recorrido vital de
Edward, desafiándola y buscando mecanismos para evitarla. El derrotero de
Edward parece ser una metáfora de la travesía de un neurótico obsesivo. El dato
de color del film es que Edward cree saber, por la premonición de un bruja,
cómo sería su muerte. Es decir, la muerte pierde su condición básica, ser lo
Real que rehúye toda simbolización, que acontece en el momento incorrecto,
parafraseando a Sartre “demasiado antes o demasiado después”[1],
nunca en el momento justo. La convicción sobre el momento y forma de su deceso lo
vuelve un temerario, que constantemente desafía a la muerte involucrándose en
situaciones de riesgo porque cree saber “cómo finalmente ocurrirá”. Saber no es
lo mismo que ser-para-la-muerte. “Al escapar a la asunción del ser para la
muerte, la cual comporta el verdadero riesgo, el obsesivo queda detenido en una
muerte imaginaria que se instala en su vida coagulándola” (GODOY, 2010:96). La
escena de la muerte en el río de la que está convencido Edward es la muerte
imaginaria propia del obsesivo, que le permite vivir como si la muerte en tanto
Real no existiera. El obsesivo vive desconociendo la muerte como contingencia,
como posibilidad. Teniendo en cuenta el desdoblamiento subjetivo del obsesivo,
en el que se hace testigo alienado y se observa desde el Otro, las historias
que lo engrandecen son el ejemplo claro
en que “…el yo queda puesto en escena-incluso en el sentido teatral del
término- como un personaje en una situación que él observa, como testigo, desde
el lugar del Otro.” (GODOY, 2010:97). El mismo hijo le reprocha a Edward que
habla y ostenta de tal manera sobre su pasado como si se satisficiera
“escuchándose a sí mismo”, es decir, teniéndose a sí mismo como espectador de
su narración. Tan evidente resulta este desdoblamiento en Edward, que finalmente
necesita de un Otro que continúe su relato en el punto en que lo dejó, necesita
ser relatado por un Otro; aunque este episodio del fin de sus días lo
analizaremos mejor en el apartado siguiente.
En varias oportunidades Edward repite la frase: “aún no
es la hora, así no es como voy a morir”. Hay un claro ejemplo en que puede
notarse la omnipotencia del obsesivo. Unas ramas comienzan a estrujarlo, siente
miedo pero repite las palabras: “así no es como voy a morir” y de pronto las
ramas lo sueltan. Freud se refiere a la omnipotencia y describe que “en esa
creencia se confiesa sinceramente un fragmento de la antigua manía de grandeza
de la infancia…” (FREUD, 1980: 182). En el caso del Hombre de las Ratas, éste
adquiere el convencimiento de la omnipotencia de su amor y su odio. Edward
adquiere un convencimiento sobre su muerte.
Luego de atravesar su recorrido repleto de amenazas y peligros (su encuentro con la bruja, con el gigante, su pasaje por el “camino más corto”, etc), Edward arriba a un pueblo ascético, expulsado de goce, donde todo parece funcionar como un reloj suizo. Puede considerarse como un lugar humano pero a su vez privado de su cualidad humana: no existe el conflicto ni el malestar. El césped es suave permitiendo que todos lo habiten descalzos, visten ropas claras y por las noches bailan encantados y sonrientes. Parece ser la fantasía purificadora de un obsesivo. El pasaje del camino sucio de amenazas, al pueblo purificado de Spectre, estaría replicando el esquema obsesivo dual de ensuciarse con la caca y luego purificarse.
El derrotero heroico de Edward es un intento de alejar de su mirada el hecho de que el Otro es falto; de que la vida presenta este índice perturbador de desequilibrio. De allí que en repetidas ocasiones asuma la posición obsesiva de la fascinación por el sacrificio. Como dice Zizek: “En su dimensión más fundamental, el sacrificio es un ‘don de reconciliación’ al Otro, destinado a apaciguar su deseo. El sacrificio oculta el abismo del deseo del Otro, más precisamente: oculta la falta, la inconsistencia, la ‘inexistencia’ del Otro que se trasluce en este deseo. El sacrificio es una garantía de que ‘el Otro existe’: de que hay Otro que puede ser apaciguado por medio del sacrificio.” (ZIZEK, 1994: 75-76). Los actos de heroísmo se repiten en la narración de Edward: se sacrifica por sus amigos yendo al encuentro con la bruja, ante el pueblo enfrentando al gigante, ante su amada dejándose maltratar por el Amo(s) –ese era el nombre del circense- y posteriormente dejándose golpear por su contrincante en el amor, etc.
[1] Sorprendentemente, Jennifer, habitante del pueblo de Spectre califica con
esta misma frase el arribo de Edward al pueblo: una vez demasiado temprano y la
siguiente demasiado tarde.
genio !!! cada ves que leo aquí, se me pega mucha cultura, solo quiero decirte que continúes así.
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