Un abismo temático, argumental y estilístico separa a Django Unchained
de Zero Dark Thirty (traducida aquí como La noche más oscura). La
primera una buddy movie para algunos, western spaghetti para otros,
retratando la venganza de un liberto negro en el período más cruel del
esclavismo norteamericano. La segunda, un thriller protagonizado por
agentes de la CIA sobre la búsqueda y captura de Osama Bin Laden basado,
según se advierte al comienzo, en hechos reales y cargado de una
previsible polémica sobre la “representación artística de la tortura”.
Los films tratan cosas muy distintas; sin embargo, estrenados en
Argentina con escasos días de diferencia parecerían participar de un
diálogo, como si cada película hubiese sido elaborada para responder a
la otra. Las dos obras rodean, sin rozarlos, a los mitos fundacionales
de la historia norteamericana y, por lo tanto, cada uno sustenta sin
ambages una visión ideológica contrapuesta.
El núcleo central del enfrentamiento entre Django y Zero Dark Thirty
podría resumirse como sigue. A nivel del texto interpretado, Django
Unchained dice: "La esclavitud fue efectiva para hacer crecer la riqueza
de una nación. Pero está mal". En cambio Zero Dark Thirty dice: “La
tortura está mal. Pero fue efectiva para resguardar la seguridad de una
nación". El desencuentro postulado entre las películas recuerda a un
debate suscitado en la realidad ficcional de Southpark, el pueblo donde
transcurre la serie animada con el mismo nombre. La idea de reflotar la
antigua bandera del condado que muestra a blancos ahorcando negros,
despierta una polémica de orden público. Cuando se consulta a la gente
en la calle hay quienes sostienen: “La bandera es racista, pero es
tradición”, mientras que otros afirman: “La bandera es tradición, pero
es racista”. La moraleja es clara: el orden en que se colocan los
argumentos articulados por el “pero” produce la intencionalidad de
izquierda o de derecha. La manera en que cada película administra sus
“peros” es en definitiva el sesgo que le imprime, el guiño que le hace a
la audiencia que requiere necesariamente de identificarse
ideológicamente con el film si lo que busca es disfrutarlo.
Zero Dark Thirty hace su aporte a una polémica norteamericana (de esas
que Estados Unidos no puede compartir con el resto del mundo) sobre los
casos excepcionales en que estaría justificada la tortura, es decir, los
escenarios extremos que habilitarían una “suspensión de las pautas
éticas universalmente aceptadas”. Si la tortura fuese la única vía de
obtener información para desbaratar un atentado que se cobraría la vida
de cientos de civiles, ¿no estaría justificada? ¿no sería inhumano
seguir abrazando pruritos éticos abstractos cuando está en juego la vida
de inocentes? Como bien dice Zizek, tan sólo formularse esta pregunta
habla de un descenso de los estándares éticos de una sociedad. Más sana
es la sensación “dogmática” de que la tortura no puede ser siquiera
discutida y que la pregunta debe ser rechazada de raíz.
Zero Dark Thirty abona las anteriores preguntas con sobriedad, sin la
excitación triunfal o megalomanía que se observa en otras películas
bélicas norteamericanas. La forma en que se presenta el “enhanced
interrogation” (interrogatorio intensificado, eufemismo de la CIA para
referirse a la tortura) hace que pueda ganar aprobación en círculos
liberales, profesionales y educados: el verdugo es un joven de barba,
doctorándose en especialidad desconocida, canchero pero sin ser
sobrador, que combina agresividad con gestos amistosos hacia los
cautivos. Luego es reemplazado en la aplicación de tormentos por Maya,
joven hermosa y llamativa que abandona los estereotipos de la feminidad
en aras de sus responsabilidades con la patria. ¿Existe un argumento más
seductor que tanta juventud, éxito y belleza juntos? Eso la vuelve
perturbadora. En Django, por el contrario, es precisamente la
indignación frente al tormento el marco en el se muestra una Estados
Unidos de abundancia, haciendas prósperas, jardines decimonónicos y
dinero hasta para los delincuentes, reposando la clave narrativa en el
secreto índice que vincula la prosperidad con el sufrimiento humano
organizado.
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