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29 de mayo de 2013

Respuesta al artículo “Una crítica a la masa”.



A los que todavía no leyeron “Una crítica a la masa” de Estefanía Iñiguez, les recomiendo que lo hagan, por las sorpresas que encontrarán. Se trata de un texto torpe, burdo, que parece escrito por una persona no escolarizada y en que la autora se anima con toda tranquilidad a hablar de tópicos de movilidad sustentable y urbanismo sin demostrar (por lo menos en su escrito) signos de estar mínimamente informada sobre la materia. Pero escribir en blogs pedorros es gratis y cualquiera puede hacerlo. Justamente el artículo fue publicado por la Revista Paco, el medio de esa suerte de patota skinhead de las letras que a veces invita a participar, para dar rienda suelta a su efervescencia romántica de corte bávaro, a mononeuronales como la citada Iñiguez. La autora, probablemente producto de la ignorancia, cree que el tema ambiental apunta a la extinción de especies exóticas y no al cáncer, las enfermedades crónicas y la calidad de vida.

El artículo realiza un número de inferencias tan burdas que parecen sacadas de un show malo de stand up. Que los que participan de la Masa Crítica son palermitanos (¿y?) o que quieren fluir y que los dejen pedalear tranquilos. Engolosinada en la creación de estereotipos, Iñiguez omite lo más importante: 1) que en jornadas recientes de este evento, automovilistas atropellaron de forma premeditada a ciclistas porque no supieron esperar 10 minutos a que pasase el total del contingente; 2) que la prepotencia e impaciencia que demostraron los agresores, es la que exhiben de forma cotidiana gran parte de los automovilistas contra peatones y ciclistas. ¿Pero qué es más importante defender: la desestimable integridad física de un ciclista o la certeza fundamental de que ningún automovilista será, nunca más, demorado en una esquina?

La Masa Crítica es una manifestación que se orienta a la visibilización del ciclismo urbano. Como en toda manifestación se cortan las bocacalles para garantizar la seguridad de los participantes. Esto ocurre tanto en una marcha de la CGT, de la CTA, de un partido político o del Orgullo LGTTB. Ninguna de estas marchas se detiene frente a un semáforo en rojo; todas ellas encargan a personas taponar las esquinas para proteger a los manifestantes. La Masa Crítica no es la excepción. Sin embargo, es la única en ser cuestionada por hacerlo. Iñiguez, con su limitado entendimiento, interpreta que la MC “bloquea el tránsito” y no que sus integrantes se manifiestan con los mismos métodos que cualquier otro colectivo. Se podrá alegar: la CTA o la CGT marchan con reclamos puntuales, no así la MC. La MC apunta a cuestiones centrales en los modos en que un grupo dominante ejerce poder sobre otros a través de la planificación urbana, tal como explicaré a continuación.

Durante mucho tiempo hemos naturalizado que la ciudad se diseñe y planifique para dar prioridad a la circulación de autos particulares por encima de otras formas de circulación. Este tipo de diseño resulta en la congestión, la mala calidad de vida, la vulneración de los peatones y ciclistas, accidentes, lesiones, discapacidades. Los autos particulares representan el 34% de los viajes personales y ocupan el 86% del espacio para circular. Se trata de un verdadero privilegio sobre el que pocas veces se coloca la atención. 


En ciudades latinoamericanas en que la congestión vehicular es caracterizada por urbanistas como un problema severo, cada auto (que conduce a un promedio de entre 1,2 y 1,4 personas) ocupa el espacio de entre 6 y 8 bicicletas. Cada auto particular ocupa el espacio aproximado de 13 personas transportándose en colectivo. El uso de auto particular como medio principal de transporte es la forma más acabada del individualismo que Iñiguez cuestiona en su texto (dice la autora “me parecen sujetos atrapados en su individualidad, incapaces de identificar que su fluir trae consecuencias” para referirse – contengan la risa- a los ciclistas en vez de a los automovilistas).

El automovilista no parece interesarse por el costo colectivo de su opción privada de transporte. Sería más deseable, en cambio, un modelo que priorizase el transporte público y el alternativo y desalentase el uso de auto particular. En este sentido, la medida más efectiva es reducir la disponibilidad de espacio gratuito y público para estacionar y los espacios de circulación de autos particulares. Estudiosos estiman que el espacio gratuito para estacionar es un regulador directo del volumen de vehículos y que, hasta cierto punto, la circulación se ajusta al espacio disponible correspondiente (esto es: cuanto mayor espacio disponible para autos, mayor cantidad de autos; cuanto mayor espacio disponible para peatones, mayor cantidad de tránsito peatonal; cuanto mayor cantidad de ciclovías, aumento de la circulación de ciclistas).  Aunque estos objetivos deban alcanzarse a través de políticas públicas, que la MC signifique un escollo en la marcha altiva de los automovilistas, me chupa un huevo.

Iñiguez nos cuenta que los participantes de la MC están orgullosos de que sus acciones carezcan de líderes y echa un manto de sospecha sobre el valor de este fenómeno. Quizá se le pasa a Iñiguez, en su ignorancia, que la MC es uno más de otros movimientos reticulares, autonomistas, basados en el concepto de multitud, tal como Anonymous, el Copy Left y otros. Por lo tanto no hay nada nuevo ni sorprendente en esta modalidad de acción colectiva. Sin embargo, la autora, aun luego de reconocer esta heterogeneidad irreductible, esta ausencia de voceros que tengan la palabra autorizada y representativa de la multitud, aun así intenta adjudicarle una idea rectora (muy simplificadora por cierto) al movimiento. Termina arribando al producto de su propia fantasía. “No estamos contaminados por ninguna ideología -parecen decir- lo nuestro es genuino, es real, nadie nos mete ideas en la cabeza, nadie nos obliga a estar acá. Sólo queremos andar en bicicleta por la ciudad sin que nadie nos moleste porque nacimos para pedalear”. Eso dice Iñiguez que dicen los participantes, proyectando su propio imaginario infantil. Dado que no hay voceros ni organizadores, no podemos adjudicarle una idea rectora monolítica a la MC. Lo poco que podemos hacer es interpretar sus efectos observables: por única vez son los autos los que deben acomodarse a la circulación de bicis. Y se revierte así la situación que se registra en la calle todos los días: el elemento más débil del tránsito, por la mera imposición de la fuerza y la materia, es el que debe someterse al más fuerte.

12 de mayo de 2013

¿Quién tiene el password del Monkey Island?

Varias veces escuché la historia de que el gobierno de la Unión Soviética había diseñado el videojuego Tetris con el fin de penetrar en las mentes de los jóvenes occidentales. Pero, ¿posta? ¿Alguien jugó alguna vez al Tetris y salió corriendo a afiliarse al Partido Comunista? Sería como decir que Estados Unidos creo el personaje de Guille de Street Fighter porque deseaba sumar homosexuales a su ejército.

O que a Raiden del Mortal Kombat lo inventó el gobierno de Camboya para convencernos de que no todos los camboyanos se mueren de inanición. Algunos camboyanos se mueren de inanición y otros sacan rayos eléctricos de las manos.

Hello Kremlin, están perdiendo la carrera del espacio por goleada. Los yanquis mandaron tipos a la luna y ustedes sólo un fucking perrito. A ver si se dejan de joder con los videojuegos y hacen alguna.

Quisiera recordar que en los video games no sólo se metió el Kremlin. También lo hizo el FBI con este mensaje que leíamos al inicio:

 Los ganadores no usan drogas, sólo permanecen 9 horas seguidas en la oscuridad de una habitación intentando destruir fucking zulúes en el Sid Meier's Civilization.

En la actualidad es fácil ser gamer. En mi época para usar un fucking mousse tenías que cargar un diskette que contenía el driver del dispositivo, es decir un software que te habilitaba su uso.


Las aventuras gráficas, como el Monkey Island, venían en 10 floppy disks de 5 y 1/4 que tenías que cargar uno por uno; después de media hora de preparativos podías empezar. Si preferías eso a estar juagando al fútbol en el parque es que realmente eras víctima de bullying.



No todos los juegos eran compatibles con todas las computadoras. En primer lugar estaba la placa de memoria: 286, 386, 486, 586 y Pentium. Luego la placa de vídeo: monocromático (blanco y negro), hércules (verde y negro o naranja y negro), CGA (16 colores), VGA y Súper VGA (256 colores). Si Karl Marx hubiera nacido en la década de los 90s le hubiera dedicado un capítulo a "la burguesía y el Súper VGA". Reconocías a los que veraneaban en Punta del Este y ostentaban zapatillas con cámara de aire porque tenían un monitor Súper VGA. Si tenías un equipo 386 con un monitor CGA, zafabas. Pero si tenías menos que eso, dificilmente algún compañerito quisiera quedarse a dormir en tu casa. Juegos como el Simcity necesitaban (vaya a saber uno por qué) 16 colores. Si tenías un monitor hércules debías cargar antes un "emulador de CGA". Era como un software que engañaba a la máquina y le hacía creer que era un CGA cuando era un hércules. Una suerte de 678 de tu PC.

Y aquí un dato que confirma la hipótesis de que la evolución presenta saltos, quiebres y rupturas. Algunos dispositivos antiguos que cayeron en desuso, hubieran solucionado problemas en el futuro. Por ejemplo, el joystick de la Talent (esa computadora en que los juegos los cargabas en cassettes TDK de 90 o 120 minutos) que, con el avance de la PC, fue quedando relegado. Sucedía que algunos juegos implicaban operaciones rápidas y audaces sobre los cursores. Por ejemplo, para hacer el truco de la fatality en el Mortal Kombat terminabas sacrificando un teclado. El fatality de Scorpio era el botón para arriba y luego rápidamente arriba presionando conjuntamente la tecla M. El de Sub-zero, la U con el control y piña alta. Con la ansiedad y la presión, alguna tecla quedaba en el camino. Luego venía tu viejo que quería hacer cosas serias en la compu. "No anda el teclado", "Dale, viejo, no me rompas", "Pero no andan ni la N ni la V", "Uh, no jodas. Usá otras letras. ¿No hay 27 acaso?", "Necesitaba usar esas"., "Uh, viejo...hacelas con código ASCII. Alt + 863".


Entre los juegos de PC que dejaron una huella en mi vida debo empezar con el Leisure Suit Larry (1987). Su protegonista, Larry Laffer, un bon vivant que gustaba de las putas, el juego y el alcohol. Mi generación aprendió chamuyarse minas con ese juego. Sin el Larry hubiera permanecido vírgen hasta los 25 años. Gracias al Larry debuté a los 23. Lo interesante es que el juego te proveía de instrucciones claras para conquistar a una dama. Entrabas al hotel, te sentabas al lado de la chica. Escribías: "Look at girl". Ella parece enfadada, no le gusta tu aliento. "Use spray", su ceño cambia súbitamente. "Give rose", "give candies", give ring", según el juego las minas eran unas materialistas de mierda. Los obsequios surten efecto: al momento te encontrás bailando en la pista junto al bombonazo pixelado. Después del baile regresan a sentarse y ella te hace saber que quiere casarse con vos. Desde mi punto de vista actual, considerando los 10 minutos transcurridos desde la primera mirada, la juzgo una decisión apresurada. Pero en ese momento la sensación era regocijo (y tampoco estaba el comando "conozcámonos mejor"). Entonces seguía el camino al altar: "Take taxi", "Go to church", "Open door", "Marry" y terminada la ceremonia ella te anticipa que te esperará en la suit del hotel Honey Moon. Te diriges allí. Antes de pasar a los menesteres de la noche de bodas, Larry debe pasar por el casino y generar 200 U$S. Sube al piso 4to. Sigue: "Knock door", "Kiss girl", "Listen to radio" y en la radio te pasan el número de teléfono de una licorería. Bajás a la calle, buscás un teléfono público, llamás a la licorería y encargás vino. Subís, ya con vino pasás a la concreción del acto sexual. Y una vez culminado, ella te ata y se escapa con tu dinero, como muestra la siguiente imagen:



 Ese era el momento en que a tus 16 años pensabas: "Tanto bardo para coger y termina así. Qué suerte que sigo masturbándome".

Otra aventura gráfica memorable: el Monkey Island (1990). Su protagonista Guybrush Threepwood intenta convertirse en el pirata más temido del Caribe, enfrentándose al malvado bucanero Le Chuck y conquistando el corazón de la gobernadora de ls isla Melee, Elaine Marley. El password del juego: dos discos de cartón concéntricos en que había que hacer coincidir rostros para obtener la llave a tanta diversión. Dos discos concéntricos y archi fotocopiables: un código inviolable; debía ser la manera en que los nazis hacían llegar información encriptada a Polonia.

Como el juego estaba traducido al español en Madrid, confusiones lingüísticas nos permitían vivir escenas como la siguiente. Al ordenarle al protagonista que agarre a Elaine, recibíamos por feedback:






Guybrush debe batirse en un duelo de espadas e insultos con los piratas malos para ganarse su respeto. Algunos caían fuera de la competencia lingüística de un hablante rioplatense medio. Pero nos divertíamos igual:



Un capítulo aparte era el de los juegos para adultos, que en no todas las tiendas de PC te ofrecían si eras menor de edad. Bombx era una mezcla de arcade con juego de adultos. Era un Pacman, pero en vez de Pacman era pene. Tenías que penetrar a una mujer desnuda en el centro de la pantalla, esquivando a enfermedades de tranmisión sexual y corazones que te restaban potencia sexual. A medida que avanzabas de nivel, se iba despejando en el fondo la imagen de una mujer desnuda. A los 13 de edad, esa mina pixelada y en 16 colores era suficiente para hacerte acabar antes de sacarte los pantalones.